Monday, April 16, 2007

Opiniones sobre actualidad

“La necesidad de conocer nuestros símbolos – una nueva perspectiva.”


Un teólogo del siglo XX escribió: “El desconsuelo, la secreta angustia que late en las profundidades del alma…” El hombre se ve inserto en una cultura regida por un “sistema”; sea religioso o cultural que le guiará mientras viva. Normalmente, interactúa con diversos símbolos que le permitirán relacionarse tanto con su realidad exterior como con su interioridad.
Johannes von Uexküll plantea que la realidad no es una cosa única y homogénea, sino que hay tantos patrones diferentes cuantos diferentes organismos hay. Esta definición es interesante, más aun, cuando al analizar los diversos símbolos que componen la estructura cultural y social, observamos que lo religioso no está ajeno a ser un medio comunicante de la realidad; en este acto comunicativo, el ser humano se cuestionará su mundo y será guiado en su relación colectiva.
Lamentablemente, dentro de la religión cristiana evangélica pentecostal, los símbolos cristianos no ha logrado constituirse en una vía de comunicación que construyan, en sí mismos, una realidad tanto en la acción como en la manifestación de su fe hacia la sociedad. El gran conflicto es no lograr percibir la plenitud de la sustantividad que significan los símbolos en su manifestación religioso-cultural: no se puede, por tanto, aspirar a impactar con “su-verdad” al colectivo social.
¿Cómo lograr construir una realidad, a partir de los símbolos, en este mundo religioso? Berger y Luckman definen “realidad” como una cualidad propia de los fenómenos que reconocemos como independientes de nuestra propia volición. En este sentido es posible pensar que dentro del mundo evangélico, el símbolo se ha podido constituir en una realidad permanente en la vida “cultural y social”. Cuando un grupo se ve a sí mismo como una religión ética, su base se presenta a través de los textos religiosos. En este sentido el texto es símbolo de una realidad que se manifiesta en el ser religioso: aquí la escritura es un blasón que se presenta como “escritura sagrada y normativa”. Para comprender, por tanto, los símbolos religiosos se necesitarán analizar su entorno religioso-cultural. Aquí la semiótica hace su contribución desde la teoría de la significación y de los procedimientos de análisis, que permiten describir los sistemas de significación.
El mundo evangélico pentecostal tiene una concepción sesgada y prejuiciosa sobre el análisis de la Escritura desde ésta perspectiva; plantea que es racionalizar “la fe” y la concepción de “mundo”; creyendo, malamente, que todo análisis semiótico del ideograma, es llevar la fe y lo que conlleva a la cota de “cuento mitológico”. Cassirer plantea: “la misma mitología no es una masa bruta de supersticiones o de grandes ilusiones, no es puramente caótica, pues posee una forma sistemática y conceptual”. El hombre, entonces, debe ser definido como un: animal simbólico. En el momento que una persona profesa un ideario, debe necesariamente, conocer los símbolos elementales: sus dogmas, preces, culto, texto sagrado (Biblia), etc.; para poder ser acogido dentro de la cartuja. Pero también debe asumir sus “mitos eclesiásticos”; las leyes no escritas, que rigen su vida comunitaria. Quien no los conozca, será excluido de la convivencia social y; sin embargo, he aquí lo paradójico; la propia comunidad no es capaz, o no quiere, revitalizar los símbolos a la luz de la tradición cristiana y deja, por tanto, que éstos caigan en el más frío de los olvidos; poniendo sobre sus significados, sus propias “supersticiones” que, poco y nada tienen que ver con nuestra filiación de cristianos.
Weber, en su clasificación de las religiones, plantea que el simbolismo representa un cambio esencial en el desarrollo de las religiones. De allí que los objetos carismáticos, aluden a las fuerzas espirituales; detrás de las cosas reales hay algo distintivo, espiritual. Según esta concepción, todo ideograma, dentro de la religiosidad, es omnipresente en su concepción “espiritualista” de sus significados para los fieles. Sin embargo, este símbolo no es captado de la misma manera dentro de la propia comunidad eclesiástica: léase Corporación.
La falta de símbolos comunes no nos permite, como cristianos evangélicos pentecostales, asimilarnos a la identidad cristiana elemental y, por tanto, creamos nuestro propio “underground”
[1] que cuidamos como “hueso santo”. La falta de un trabajo semiótico al interior de la iglesia no nos permite conocer y acceder a nuestros símbolos; y así, revitalizar nuestra cultura social interna con la correspondiente “realidad” que nace desde la teología: la sinonimia cristiana.
¿Es posible derribar ese muro a fin de lograr un consenso en la definición de significantes de dichos símbolos? ¿Por qué no nos animamos a ello? Para que el símbolo se convierta en una vía común de la “fe” evangélica hacia la sociedad, debe derribar la paradoja de “querer salir, transformar”; y el pavor de “ser transformados”. Cuando se logre un estudio razonado respecto de los símbolos, el mundo evangélico logrará un gran avance. El miedo a transformarse, comprender y ser comprendido, es lo que ha hecho de las estructuras eclesiásticas evangélicas, torpes instrumentos en su injerencia actual en la sociedad y, por lo mismo, ha abierto una sima, casi insalvable, al devenir contemporáneo. Más aun, el miedo a la transformación, sin que haya que renunciar al mensaje, sino sólo a sus símbolos externos; tiene a la iglesia paralizada, atónita para dar el salto cualitativo hacia la sociedad moderna; más bien, de manera involutiva, espera que la sociedad se “amolde” a sus propios paradigmas. Ha perdido la hermosa oportunidad de inyectar una renovada vitalidad ética a un mundo atrapado en su propia insensatez.
Finalmente, el símbolo, dentro de la religión cristiana evangélica pentecostal, está llamado a constituirse en un elemento comunicativo de la fe hacia la sociedad; es un desafío para iniciar, de una vez por todas, una nueva lectura de nuestros ideogramas de fe a fin de ser la luz y la sal para los tiempos que nos ha tocado vivir.
[1] término inglés que se aplica a las manifestaciones artísticas o a los estilos de vida que se consideran alternativos, paralelos, contrarios o ajenos a la cultura oficial. La palabra significa literalmente "subterráneo" o "submundo".

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