Tuesday, November 22, 2016

¿Qué es el ralato bíblico?

Un filosofo dijo: no hay hechos sólo interpretaciones. 

Me adhiero a esta perspectiva pues cada acto que realizamos debe, necesariamente, ser interpretado a la luz de las experiencias propia del intérprete. Los hechos son siempre constitutivos de significados en la medida que cada uno de ellos se realice con cierta intención. Es, entonces, el intérprete de esos hechos ya consumados, ya realizados, ya pasados que debe ser expuesto a sus interpretaciones que en última instancia serán evaluados a su propia experiencia y sabiduría. Las interpretaciones finales quedarán a consideración de quienes las deseen escuchar o leer. De allí pregunto: ¿qué son los relatos bíblicos? La respuesta, son hechos del pasado registrados para las generaciones posteriores y sus propias interpretaciones. 

Normalmente cuando se formulan éste tipo de consideraciones explotan y se enervan los conservadores que hacen del texto bíblico su idolatría. No pueden o, mejor dicho, no quieren ser capaces de entablar un diálogo acerca de las posibilidades que permite el texto para la vida de los creyentes. Confunden la dogmática con la apertura de significado y libertad interpretativa del texto (en estos términos hablo a nivel intelectual de quienes están preparados teológica y hermenéuticamente para emprender una discusión de esta naturaleza, creo es menester aclararlo).

¿Se han percatado acaso de la gran cantidad de imágenes y figuras literarias con que se expresan la gran mayoría de los textos en la Biblia? si el o los autores - para no herir a nadie - hubiesen deseado que la comunicación fuese lineal y única hubiesen evitado todo lenguaje simbólico. Pero por el contrario, lo utilizaron como medio de enfatizar ideas y conceptos que, aun en su propia época ya eran motivo de controversia. 

No es inusual percatarse que hay una comunicación que es contradictoria por parte de los líderes eclesiásticos que, por una parte abogan por la misericordia de Dios en sus diferentes facetas, pero por otro, nos dogmáticos en cuanto a la interpretación de la Escritura que, en muchas oportunidades simplemente son dogmas justificados a través de ella. Pero que nos incapaces de entrar en un dialogo fructífero de esa libertad necesaria para la edificación de espíritu. Desprecian todo lo que no "huela" a ellos. Desprecian y descalifican al que desea ampliar las posibilidades, y después se jactan de ser hombres de Dios. Aunque yo preguntaría ¿qué Dios?

Pero quizá lo más lamentable a mi juicio sea que las generaciones nuevas se siguen formando de la misma manera y aun teniendo una formación profesional que debiese ayudar en su cuestionamiento de la misma fe según sus aptitudes criticas de pensamiento. Creer no significa aceptar todo a buenas y primeras. Se debe pensar. Creer es pensar dijo un monje y teólogo en la antigüedad y a su vez, pensar es creer. Sin embargo, cuando hay más posibilidades de educación más tiránica y dogmática - en su acepción más negativa lo ocupo - se ha vuelto el quehacer en la Iglesia. 

Sin embargo, al analizar el relato bíblico, al leer sin mayor pretensión que la de un relato de fe y para la fe; el aporte a dejar atrás los dogmas, las escuelas de interpretación y empezar a escuchar a ese Dios que no tiene apellidos es más necesaria. Ese Dios que no impone formas ni reglas que las más simples. Dios dio diez reglas básicas y que la Iglesia - hoy farisea consigo misma - ha entablado una serie de reglas que en vez de dar libertad al afligido lo ahoga más y más en su dogmática. No es que ésta no sea necesaria, pero a mi parecer no es primordial. Lo primordial en la relación Dios - hombre - Dios es el ser humano y no los dogmas. Dios no se inmoló por una dogmática particular sino por el hombre pecador. 

Entonces, los hechos son simples: Juan nos dijo que de tal manera amó Dios al mundo. y parce que perdimos el norte porque la iglesia nace de la necesidad de dar un mensaje al mundo y no un dogma. El apóstol Pablo no intenta dar o crear una dogmática de la fe cristiana sino interpretarla con la libertad que él mismo y su capacidad teológica le impulsa sino contextualizar el mensaje cristiano para su sociedad y su mundo. 

Es tiempo de abrir esos espacios y dar nuevos aires al texto. Es imperioso volver a la lectura abierta, sin dogmas y dejar hablar a Dios desde su perspectiva y relato de hechos pasados. Sólo desde allí podemos rescatar la validez del mensaje cristiano para nuestro tiempo. Un desafío no fácil, pero desafío al fin y al cabo.