EL ESPIRITU SANTO EN LOS PADRES DE
LA IGLESIA PRENICENOS:
Ignacio de Antioquía, Ireneo de
Lyon, Clemente de Alejandría y Orígenes.
Por
Eduardo Enrique Neira Miranda
Santiago, Chile
04 de Abril de 2006
INTRODUCCIÓN
En la actualidad hay movimientos
carismáticos que abogan por la manifestación de los dones espirituales, en
especial, la glosalalia[1]
y los milagros de sanidad. Sin embargo, ¿son sólo estas manifestaciones las
pruebas del Espíritu Santo en el creyente? ¿Qué sucede con aquellos que no
tienen estas manifestaciones externas? ¿Hay cristianos de primera y segunda
categoría? ¿Cómo se ha interpretado el Espíritu Santo a través de la historia
cristiana? ¿Es, por tanto, más amplio éste concepto? Debido a estas
interrogantes y al mal uso de la fraseología “andar en el espíritu”[2],
es que estudiare el Espíritu Santo en Los Padres de la Iglesia Prenicenos para
comprender la relación que ellos hacen entre su concepción del Espíritu Santo y
la unidad de la Iglesia y la doctrina para corregir los abusos que hoy se
cometen al interior de la Iglesia respecto al Espíritu Santo y su manifestación
externa. Por tal razón, la presente monografía abordará el pensamiento de
Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Orígenes.
Retrocedamos en el tiempo y
adentrémonos al siglo II y III pues es el mundo en que vivían los Padres y
descubramos su pensamiento que, de seguro, tendrá mucho que decir en la
actualidad.
I.- EL
ESTUDIO DE LA PATRÍSTICA
La Patrología, es una ciencia
teológica que estudia a los escritores de la antigüedad cristiana, acogidos por
la Iglesia entre los testimonios de su doctrina, aplicando a este estudio, los
principios metódicos de las ciencias históricas.[3]
El nombre “Patrología” lo usó por
primera vez el teólogo luterano Juan Gerhard[4]
al publicar su obra PATROLOGÍA. La misma denominación sirvió para indicar hasta
el siglo XIX, al menos en parte, la historia de la producción literaria
eclesiasticoteológica hasta la edad Media, y aun hasta la Reforma.[5]
Cuando la difusión del
cristianismo en el mundo grecorromano empezó a considerarse como una época
especial, poco a poco, el campo de la patrología se fue restringiendo a este
período.[6]
Patrología y Patrística, aunque se
han tomado como sinónimos, no es así. La Patrística[7]
es un concepto acuñado por otro teólogo protestante. Su nombre era J.F. Buddeus[8]
que utiliza este término como adjetivo cuando aborda el tema de la teología patrística.[9]
Este título, a partir del siglo XVII, sirvió para que teólogos dogmáticos
estudiaran la doctrina de los Padres, separándola así de la teología bíblica,
escolástica, simbólica y especulativa.[10]
Por ello, es interesante observar que la teología patrística precede a la
historia de los dogmas.[11]
La literatura cristiana primitiva apunta a la valoración del carácter
literario de los escritos de los Padres. Este campo de la teología estudia los
aspectos lingüísticos y literarios. Es, en suma, hacer filología[12]
de las obras de los Padres. Se puede decir que la patrología apunta a presentar la vida, obra y pensamiento de los
Padres de la Iglesia. La patrística,
en cambio, se interesa por el campo doctrinal y dogmático elaborado por los
Padres.
II.- LOS
PADRES PRENICENOS
Para los efectos de la monografía,
se entenderá como Padres Prenicenos a aquellos que han vivido antes del
Concilio de Nicea en el 325 d.C. y que, en sus escritos, han enunciado “los
principios” de las primeras fórmulas dogmáticas que desarrolló la Iglesia en
diversas materias; en particular, con referencia al tema que nos ocupa: El
Espíritu Santo.
Dentro de estos, tomaremos como referencia
a: Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Tertuliano y Orígenes.
IGNACIO DE
ANTIOQUÍA
San Ignacio, que lleva por
sobrenombre Teoforo[13]
era, probablemente, Sirio de nacimiento.[14]
Ningún autor habla de su país de origen. Al parecer no era del interés de los
biógrafos. Según Eusebio, san Ignacio fue el segundo obispo de Antioquía[15]
y su episcopado se habría inciado después del año 100. Hay discrepancias
respecto a esta fecha. Carlos González atribuye el ejercicio del episcopado de
san Ignacio por el año 69.[16]
Según Simeón Metafraste[17],
san Ignacio era el niño mencionado en el Evangelio de san Mateo[18].
Se cree que fue discípulo del apóstol Juan. Fue llevado de Siria a Roma para
ser arrojado a las fieras, bajo el reinado de Trajano (98-117), el 20 de
Diciembre de 107 en el anfiteatro Flaviano.[19]
Juan Crisóstomo escribe: “San Ignacio fue consagrado obispo de manos de los
Apóstoles Pedro y Pablo”.
En su viaje de Antioquía a Roma, donde fue
ejecutado, escribió siete cartas[20].
Jaime Morales dice de ellas:
Las cartas son una fuente importante de información sobre las creencias
y organización de la primera iglesia cristiana.
Ignacio las escribió como advertencias contra las doctrinas heréticas,
lo que permite a sus lectores contar con resúmenes detallados de la doctrina
cristiana.[21]
San Ignacio fue el primer escritor
cristiano en usar el término Iglesia católica al referirse a toda la comunidad
de los fieles[22].
Propiamente no fue un teólogo, sino un pastor. La inquietud doctrinal de
Ignacio, nace por la preocupación que tenía por las sectas de cuño gnóstico y
judeocristiano que dañaban a las comunidades primitivas referente al “misterio
del salvador y reflexiona en ello respecto del Espíritu Santo”.[23]
IRENEO DE
LYON
Nacido en Asia Menor entre el
130/5, de Joven conoció a san Policarpo de quien aprendió la doctrina.[24]
No se sabe por qué motivo se hallaba en Lyon en el año 177 como presbítero.[25]
En Lyon, tuvo que enfrentar a las herejías gnósticas y ebionitas, así cómo a la
incipiente desviación montanista.[26]
Debido a esto, fue enviado a Roma por al obispo Eleuterio para tratar el
problema de las falsas doctrinas. Eusebio nos dice que Ireneo era recomendado
por los mártires al obispo de Roma:
De nuevo y siempre pedimos que estés bien en Dios,
Padre Eleuterio. Persuadimos a nuestro hermano y compañero Ireneo que te lleve
este escrito, y te suplicamos que le tengas por recomendado a causa de su celo
por el testamento de Cristo. Porque si supiéramos que una categoría confiere
justicia, de entrada te lo hubiéramos recomendado por lo que es, el presbítero
de la iglesia.[27]
De sus numerosos escritos sólo nos
han llegado dos en traducción[28]:
Contra los herejes[29]
y Demostración de la predicación apostólica.
Entre los teólogos de su tiempo, Ireneo es el más importante y, en
cierto sentido, es el “Padre de la dogmática católica”.[30]
Ireneo no es un teólogo
especulativo que se esfuerza por adquirir nuevos conocimientos. Generalmente,
su dicha, esta en exponer las bases de la predicación eclesiástica en materia
de la fe tomándolos de la Sagrada Escritura.
CLEMENTE DE
ALEJANDRÍA
A fines del siglo segundo y
principios del tercero, Alejandría era una de las principales ciudades del
Imperio. En importancia política y económica, sólo Roma y Antioquía podían
hacerle sombra, pero su actividad cultural era aún superior a la de la capital.
Tito Flavio Clemente, nació de
Padres paganos, probablemente en Atenas entre los años 140 a 150 de nuestra
era, donde hizo sus estudios básicos.[31]
Hombre de vastísima cultura se convirtió al cristianismo en fecha que no
sabemos.[32] Se dice
que con el fin de conocer a los grandes maestros cristianos, hizo muchos viajes
por Italia, Siria, Palestina y Egipto. Finalmente se asentó en Alejandría. Ahí
fue discípulo de Panteo,[33]
director de la famosa Escuela de Catequesis, de la cual fue su sucesor
alrededor del año 200.[34]
Clemente de Alejandría por su
vasto conocimiento puede ser considerado como el primer sabio cristiano.[35]
Clemente atribuye a la filosofía griega un carácter sobrenatural.[36]
Afirmaba que la filosofía fue dada a los griegos con el mismo propósito con que
la Ley fue dada a los judíos: para servir de ayo que les condujese a Cristo.[37]
Al igual que Platón, Clemente defiende que las penas divinas no tienen otra
finalidad que la de purificar.[38]
A diferencia de los gnósticos que sostienen que la fe y la ciencia se
contradicen entre sí, Clemente se esfuerza en demostrar la correlación exacta y
armónica entre las mismas.[39]
Fue un buen observador y crítico de la vida social de su época.[40]
Para Clemente, las Escrituras, sin
duda, son inspiradas por Dios. Sin embargo, para él es muy importante
determinar el modo en que Dios habla en sus Escrituras.[41]
Por esta búsqueda, ningún Padre de la Iglesia ha suscitado juicios tan
dispares.[42] Sin
embargo, era más hombre del diálogo, de la experiencia espiritual, de la
dirección de almas.[43]
Campenhausen dice: “él se sentía cristiano, católico, ortodoxo, y lo era de
verdad. En sus discursos no buscaba al ‘anatema’ sino un esclarecimiento y
comprensión mutua de las tesis en ocurrencia”.[44]
Para Clemente, todo texto tiene dos sentidos: uno
literal y otro espiritual, y ésta es la regla fundamental de la exégesis
Clementina.[45]
ORÍGENES
Orígenes, fue hijo de padres
cristianos.[46] Nació
en Alejandría, por el año 185. Hijo de Leonidas,[47]
a quien, Orígenes, exhortó a ser fiel hasta la muerte.[48] Se le puede denominar, con propiedad, el
sabio más grande de la antigüedad cristiana.[49]
Por ende, fue consignado como uno de los más destacados teólogos de la Iglesia
griega. Enseñó filosofía, teología especulativa y Sagrada Escritura.[50]
Justo González citando a Eusebio escribe:
Dedicaba gran parte de la noche al
estudio de las divinas Escrituras, ciñéndose cuanto le era posible a las leyes
y hábitos de la filosofía. Pues durante el día sufría en la práctica del ayuno;
de noche, medía el tiempo del sueño, al que procuraba entregarse no en una
cama, sino en el desnudo suelo.[51]
En sus escritos Orígenes alude
mucho al Espíritu Santo, los cuales están impregnados de referencias
escriturales.[52] En
cuanto a la forma en que expone Orígenes, Carlos González dice:
El autor intenta expresar la enseñanza de la Escritura y de la
Tradición en moldes de pensamiento más acordes con su época… Es pionero y con
la falta de precisión en su lenguaje, por cierto, en la elaboración de un
lenguaje trinitario que se desarrollo posteriormente en los siglos IV y V.[53]
La pneumatología es todo un mundo
en Orígenes, rica en facetas y tan compleja en su vocabulario.[54]
Tenía predilección por la interpretación alegórica.[55]
Justo González dice: “Estas obras constituyen la fuente principal de nuestro
conocimiento del método exegético de Orígenes, que es de importancia primordial
para comprender su pensamiento”.[56]
Doctrinalmente, Orígenes esta en
conformidad con la tricotomía platónica, por lo cual el Alejandrino distingue
un triple sentido en la Escritura: el Somático (o literal, histórico
gramatical), el Psíquico ( o moral) y el Pneumático (o alegórico-místico).[57]
Fue el primer escritor cristiano
del cual se sabe con certeza que cristianas fueron su cuna y su educación.[58]
Campenhausen dice: “Para Orígenes la fe
cristiana es un dato intangible, el meollo de cualquier verdad a partir del
cual piensa abarcarlo todo”.[59]
III.-
CONCEPTO DEL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES
En la época de los Padres estamos
asistiendo al parto de lo que significó el quehacer teológico de los primeros
siglos de la Iglesia. Es en este momento histórico que contemplamos la
gestación “maravillosa”[60]
de la vida que arranca por sus propios senderos con pisadas propias para la
transmisión y explicación del kerygma.[61]
Por este motivo, debemos tener
cuidado de no entrar por senderos que pudiesen llevarnos a sendas trampas: El
primero es suponer que la doctrina primitiva no conoce la verdad con profunda
experiencia, puesto que su vida de fe es aún imperfecta. La segunda, se refiere
a su extremo opuesto. Es decir, proyectar las primeras manifestaciones de fe
sobre significados conscientes que sólo se desarrollaron en el devenir del
tiempo, en la cual experimentaron muchas crisis en su desarrollo interno (sobre
todo en el ámbito del combate contra las herejías), de eludir oposiciones desde
fuera como son los ataques paganos a la fe; de corregir sus propios errores
buscando aquellas verdades que, bajo la luz del Espíritu, fueron descubriendo
en la comunidad eclesiástica y que son, en definitiva, jalones irrenunciables
en el trayecto de la fe.[62]
La iglesia, en su proceso de
expansión entre las naciones, vivía su fe de manera inmediata, tratando de ser
fiel al Evangelio según fuese guiada por el Espíritu. Sólo poco a poco inició
un proceso de reflexión doctrinal[63]
sobre el contenido de su fe. La Teología, como la conocemos en la actualidad,
vino mucho después: primero se descubre la experiencia del Espíritu, más tarde,
la enseñanza sobre quien es él.[64]
Desde aquí partiremos el estudio
sobre el concepto que tenían, proclamaban y enseñaban acerca del Espíritu Santo
los Padres de la Iglesia Prenicenos.
EL ESPIRITU
SANTO EN IGNACIO DE ANTIOQUÍA
En Ignacio de Antioquía la
principal preocupación son el combate contra las herejías gnósticas y
judeocristianas que dañaban las comunidades. Es por ello que en sus escritos
encontramos pocas referencias directas a la tercera persona de la
trinidad. Estas aparecen en uno que otro
lado de sus textos pero siempre con relación al misterio de Cristo y de la
Iglesia.[65] Estas alusiones al Espíritu Santo se dan más
que en un contexto teológico dogmático, están vívidamente retratadas en la
manifestación de la fe por parte de la comunidad, en especial, en todo lo
concerniente a la celebración litúrgica.[66]
Es por esto que en Ignacio las expresiones al Espíritu Santo se encuentran
expresadas en dos áreas: las fórmulas trinitarias y el contexto eclesial.
Las Fórmulas
Trinitarias
En este aspecto, el Espíritu Santo
confiesa la fe trinitaria como forma inseparable del bautismo el cual refleja
el proceso de la Economía con la que el Padre nos ha salvado en su Hijo en el
Espíritu, en el cual, el creyente es incorporado a la unidad de la comunidad
eclesiástica en torno a su obispo. En la epístola a los Efesios escribe:
Sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de
Dios Padre, elevados a lo alto por la máquina de Jesús, que es la cruz, usando
como cable al Espíritu Santo: vuestra fe os guía a lo alto, y vuestra caridad
es el camino que os lleva a Dios.[67]
Es evidente en estas palabras las
concepciones paulinas en cuanto a la concepción trinitaria. Es claro el
contexto antignóstico de Ignacio: desea asentar que la salvación está en la
cruz de Cristo y no en el conocimiento como tal.[68]
En estas palabras el Espíritu Santo se haya incorporado en el Padre y en el
Hijo manifestando su divinidad e integrada a ellos. Es interesante observar que
“el Espíritu Santo se nos aplica a la cruz y sin él, ésta sería solo una
máquina inerte, levantada ante nuestros ojos, pero no asiría nuestra alma”.[69]
Otro texto interesante en Ignacio
es:
Empeñaos en poner vuestra fuerza en las enseñanzas del Señor y de los
apóstoles a fin que cuanto hagáis lo realicéis con entusiasmo, en carne y
espíritu, en fe y en amor, en el Hijo y en el Padre y en el Espíritu, junto con
vuestro obispo. Someteos a vuestro obispo y unos a otros, como según la carne
Jesucristo se sometió al Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al
Espíritu, para que la unidad sea tanto carnal como espiritual.[70]
Aquí Ignacio utiliza, como base,
la segunda epístola de Pablo a los Corintios[71]
por lo cual se refuerza el estilo de Ignacio muy cercano a la era apostólica.
Para él, el Espíritu Santo es parte importante del engranaje de la vida del
creyente. Lo conmina a poner toda sus fuerzas en las enseñanzas del Señor y de
los apóstoles, de la cual no hace ninguna diferencia y avala la predicación y
enseñanza apostólica. El creyente por tanto debe vivir su vida de manera
práctica y basado en la enseñanza recibida consciente que es ayudado por el
Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.
Es interesante observar que
Ignacio enfatiza fuertemente la sujeción de la comunidad eclesiástica a su
obispo, así como Jesús al Padre y los apóstoles al Hijo (Cristo) y al Padre y
al Espíritu Santo. Por tanto, es de suyo una actitud moral la que deben guardar
los creyentes en la comunidad ante su obispo. La unidad de la Iglesia es uno de
los temas principales en las cartas Ignacianas. Esta unidad debe ser en la
carne y en el espíritu y para ello, la misma unidad reflejada en la trinidad
debe ser también la unidad de los creyentes.
Mi espíritu es un residuo de la cruz, la cual es un escándalo para los
incrédulos, para nosotros salvación y vida eterna. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde
el disputador? ¿Dónde la jactancia de los llamados entendedores? Porque nuestro
Dios Jesucristo ha sido portado en el seno de María según la economía de Dios,
de la simiente de David, por el Espíritu Santo; nació y fue bautizado para
purificar con su pasión el agua.[72]
En esta perícopa se ve claramente
la influencia paulina en su redacción [1 Cor. 1,20].[73]
Para Ignacio el Espíritu Santo está presente en la economía de Dios[74]
respecto del misterio de la salvación, en particular, y en la concepción de
Jesús en María. Ciertamente el texto es una apología en favor del misterio de
la salvación y la concepción divina de Jesús frente a aquellos que, sintiéndose
dominadores de la sabiduría, niegan este misterio. Al respecto Carlos González
citando a A. Hamman dice:
Al igual que san Pablo, Ignacio parece conocer dos clases de
afirmaciones sobre Cristo, una sintética y otra narrativa. La primera aporta
fórmulas antitéticas, próximas a las profesiones de fe paulinas o inspiradas en
ella, que oponen a la filiación davídica la filiación de Dios, a la filiación
de María la del Padre (Eph. 7, 2; 18, 2; Symyr 1, 1; Tral. 9, 1).[75]
Es dentro de estas dos formas de
expresar la fe en Cristo que Ignacio sitúa la obra de Dios y la acción del
Espíritu Santo.[76]
El Contexto
Eclesial
A los Magnesios[77],
Ignacio, aludiendo a la acción eclesial del Espíritu Santo, les hace notar que
la unidad de la Iglesia es por la fe y la caridad la cual va paralela a la
unidad en Cristo por medio del Espíritu Santo. Es más, entendiendo que contaban
con el Maestro[78]
supremo, cual profeta enseñando las cosas de Dios – Cristo – sencillamente
ellos podían aprender y atender a sus enseñanzas porque el Espíritu Santo
operaba en ellos.
De manera similar a los hermanos
de Filadelfia les dice:
Saludo. Ignacio, llamado también Portador
de Dios (Teóforo), a la Iglesia de
Dios Padre y del Señor Jesucristo que está en toda la Filadelfia del Asia, de
la que el Señor se ha compadecido, y está fincada en la concordancia de Dios y
se alegra en la pasión del[79]
nuestro Señor y en su resurrección, llena de toda misericordia, la saludo en la
sangre de Cristo. Esta [Iglesia] es gozo eterno y perenne, sobre todo si se
mantiene en unidad con el obispo y con sus presbíteros y diáconos, constituidos
según la gracia de Jesucristo, a los cuales él afianzó según su propio querer,
dándoles la firmeza en su Espíritu Santo.[80]
Ignacio reconoce en el saludo la
firmeza de la cohesión que como comunidad tiene la Iglesia de Filadelfia y la
cual se manifiesta en conjunto con toda la Iglesia debido al don que les ha
concedido Jesucristo, en y por su Espíritu Santo. Hamman dice al respecto:
Ignacio saca para su gobierno de estas consideraciones una conclusión
para su vida. La imitación de Cristo consiste en la marcha y retorno al Padre.
Y como quiera que el martirio se le antoja más fiel imitación de Cristo para
llegar a ser como El ‘hombre perfecto’, es decir, para ser transformado y
transfigurado por el Espíritu, se apresura a recorrer este camino hasta el
final.[81]
EL ESPIRITU
SANTO EN IRENEO DE LYON
Recordemos que para Ireneo toda su
exposición se basa en la refutación de herejías, en especial, la gnóstica.
Ellos [los gnósticos], según Carlos González, predicaban que:
No existía un Dios único, multiplicando el número de
seres divinos desde el Dios supremo y desconocido hasta los espíritus de
inferior categoría que habían dado origen al mundo material, por lo cual la
carne sería corrupta e insalvable. Negaban, en consecuencia, la verdadera
encarnación del Hijo de Dios y, la redención por su verdadera muerte y
resurrección. Toda salvación del hombre consistiría en la del alma, chispa
espiritual de la divinidad, que desprendida de la materia se elevaría por el
conocimiento hasta la plenitud (el pléroma).[82]
Para esta postura Ireneo
contrapone la regla de fe que profesan los bautizados. Tres son las áreas en
que Ireneo desarrolla su pensamiento e inserta su concepción del Espíritu
Santo: La regla de fe, La misión del Espíritu Santo y La obra salvífica.[83]
La Regla de
Fe
Esta para Ireneo se funda en “la predicación
de la verdad”.[84] Al
igual que muchos de los primeros Padres de la Iglesia, da mucha importancia al
rito del bautismo y su confesión: por ella somos cristianos, de manera que no
podemos orar sino como creemos, y no podemos creer sino como hemos sido bautizados.[85]
Esta profesión de fe para Ireneo
es muy importante pues contradice a los gnósticos al plantear que “la Iglesia
expandida por todo el orbe hasta los confines de la tierra recibió de los
apóstoles”.[86] Al
respecto, Carlos González plantea:
Ireneo considera que ‘mantener inalterada la regla de la fe’ es una
condición necesaria para integrarse en el plan salvífico de Dios. Pues bien, en
todas las diversas síntesis que este Padre nos propone de dicha norma, se halla
la mención del Espíritu Santo como uno de los pilares sin el cual caería el
edificio de nuestra salvación, a la que nuestra fe está ligada, porque tiene
como objeto la verdad; sin ella viviríamos en la mentira.[87]
Una de las primeras analogías del
mundo físico que sirvieron para ilustrar la Trinidad, no sólo en la obra de la
creación, sino también en la ejecución de toda la economía, es el siguiente
texto de Ireneo:
Dios no tenía necesidad de ningún otro, para hacer todo lo que él
mismo había decidido que fuese hecho, como si él no tuviese sus manos. Pues
siempre le están presentes el verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu, por
medio de los cuales y en los cuales libre y espontáneamente hace todas las
cosas, a los cuales habla diciendo: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza’ (Gén. 1, 26): toma de sí mismo la substancia de las criaturas, y el
modelo de las cosas hechas, y la forma del ornamento del mundo.[88]
Ireneo debe leer con justeza los
textos escriturales que atribuyen las obras de la creación y de la redención al
Hijo como al Espíritu Santo. Estos pasajes de la Biblia le dan pie para exponer
la fe en el concepto de la Trinidad: es el mismo Dios Padre, como fuente y
origen de todo, quien actúa por su Hijo y el Espíritu Santo como sus manos, o
bien por su Verbo y su Sabiduría.[89]
En otro texto, muy interesante,
Orbe nos dice que Ireneo plantea la pluralidad de personas en la acción de
Dios:
Unicamente en el cuerpo humano actúan en plenitud y
‘ad aequalitatem’ el Verbo, como imagen de Dios, y la Sabiduría [es equivalente
a Espíritu Santo], como semejanza del Padre. Sólo en el plasma modelado por
ambas personas divinas, imprimen éstas su propia forma de manera perfecta… El
cuerpo humano recibe, en cambio, del Hijo y del Espíritu Santo en plenitud
aquello que personalmente les caracteriza. Y sólo él, a diferencia de todas las
demás especies e individuos creados. Su intervención se hace, de consiguiente,
necesaria y excepcional.[90]
Por ello, se desprende que si al
principio por sus manos concedió Dios a Adán la imagen y semejanza, una vez perdida
por el pecado, será por esas mismas manos como restaurará en el hombre la
imagen y semejanza perdidas, por la acción de Hijo que es la imagen de Dios, y
del Espíritu, su Sabiduría. El motivo es que “las manos de Dios se habían
acostumbrado en Adán a ordenar, sostener y apoyar a su criatura, y a ponerla y
cambiarla a donde querían”.[91]
La Misión del
Espíritu
En relación con el Padre Ireneo
plantea que es originado en el Padre. Por ello llega a escribir: “El Espíritu
Santo tiene su origen del Padre, por el Hijo, a quien el Padre se la ha
comunicado; y el Señor, a su vez, lo participó a la Iglesia”.[92]
También plantea que ya que oramos como creemos, y creemos como fuimos
bautizados, nuestro reconocimiento de la gloria de Dios sigue el mismo proceso
salvífico: “El Padre es glorificado por su Verbo y por el Espíritu Santo, y por
ellos las criaturas elevan su doxología”.[93]
Es interesante, sin embargo, que
Ireneo nunca llama Dios al Espíritu Santo. Para esta confesión de fe la iglesia
hubo de esperar hasta dos siglos más.[94]
Al Espíritu Santo tampoco lo llama “persona” y, sin embargo, le atribuye muchas
actividades que tiene que ver con el orden personal: revela al Padre y al Hijo
y su economía salvífica, anuncia por los profetas, enseña, conduce y glorifica
al Padre.
En varios otros textos, Ireneo
compara al Espíritu de Dios con el alma humana: primero es eterno, pues tiene
en sí mismo la incorruptibilidad; el alma humana se hace incorruptible por la
resurrección al participar del Espíritu.[95]
Es muy particular las imágenes que utiliza Ireneo para referirse al Espíritu
Santo. Le denomina como “agua de lluvia”[96],
también dice del él que es “el rocío”[97],
“el buen samaritano”,[98]
es, además, “el injerto de olivo”[99]
o “el óleo de alegría”[100]
o “el agua de regadío”.[101] En fin, para Ireneo es también “el
Paráclito”,[102] “el
don”,[103] “el
agua viva”,[104] “la
escalera para subir hasta Dios”[105]
y, en otro texto le llega a llamar “el dedo de Dios”.[106]
Para Ireneo el Espíritu Santo es
coeterno con el Hijo, de manera indirecta siempre que atribuye a ambos la
mediación del Padre con la acción creadora, en la cual ha plasmado su propio
carácter en los seres: el Padre se complace y manda la creación, el Hijo le da
forma, el Espíritu la alimenta y le da el crecimiento.[107]
Quizás la imagen más hermosa respecto a cómo Ireneo califica la obra del
Espíritu en nuestra redención es la del “óleo” con el cual el Padre ungió al
Hijo para que realizase, como descendiente de David, la obra salvífica que
había prometido. Al respecto escribe:
…en efecto, el Hijo, siendo Dios, recibe del Padre,
es decir de Dios, el trono de la realeza eterna y el óleo de la unción es el
Espíritu con el que es ungido y sus compañeros son los profetas, los justos,
los apóstoles, y todos aquellos que participan de su reino, es decir, sus discípulos.[108]
La Obra
Salvífica
Uno de los elementos básicos de la contienda teológica de Ireneo contra
los gnósticos es la unidad entre los dos Testamentos.[109]
Para él hay una unidad de continuidad, la cual está hilada por el actuar
permanente del Espíritu de Dios.[110]
En el Antiguo Testamento Ireneo
resalta tres actividades del Espíritu: inspiró a los profetas, dio la gracia a
los justos y escribió la Ley de la Alianza.[111]
El Nuevo Testamento revela con mucha claridad la actividad salvífica del
Espíritu en: la vida de Cristo, la vida de la Iglesia y la vida escatológica.[112]
Finalmente, Ireneo concluye que
quienes rechazan los dones del Espíritu Santo y el carisma profético, son gente
que no sirve a Dios, pues no pueden producir fruto alguno, sino que permanece
para siempre como un campo estéril. Al respecto, Ireneo escribe:
Que nadie vaya a imaginar que existe otro Dios Padre aparte de nuestro
Creador, como sueñan los herejes… Otros, a su vez, desprecian la venida del
Hijo de Dios y la Economía de su Encarnación que los apóstoles han
transmitido…Otros no aceptan los dones del Espíritu Santo, y rechazan el
carisma profético, por el cual el hombre, cuando es rociado, produce como fruto
la vida divina… Este tipo de gente no sirve a Dios para nada, puesto que no
pueden producir fruto alguno”. [113]
Por lo mismo, no pueden poseer a
Dios ni la salvación que él ha preparado para el hombre. A éstos Ireneo los
compara con “cisternas agrietadas”[114]
y con “pozos terrenos donde beben agua corrompida”.[115]
EL ESPIRITU
SANTO EN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
Su doctrina con respecto al
Espíritu Santo no se distingue de modo especial. González dice: “La antología de sus fragmentos sobre este
tema es breve y tomada de pasajes dispersos de algunos escritos”.[116]
Clemente es muy escaso en cuanto a sus referencias al Espíritu Santo. Por ello,
es muy complejo hablar sobre lo que pensaba respecto al concepto trinitario.
Sin embargo, cuando escribe, hay momentos en que es explícito: “Uno solo es el
Padre de todos; uno solo es el Verbo de todos; y uno es el Espíritu Santo, que
está en todas partes”.[117]
Un aspecto interesante sobre lo
que opina, Clemente de Alejandría, sobre el Espíritu Santo se dan en los
escritos de Teodoto, en especial, en el texto “Extractos”.[118] A semejanza de Ireneo, reconoce la obra del
Espíritu en el ser humano natural, para convertirlo de carnal a espiritual. Por
ello escribe: “Porque el Espíritu Santo… se transplanta en cada uno según su
limitada capacidad, aunque él mismo es ilimitado”.[119]
Conocedor de las doctrinas de
Justino e Ireneo sobre la inspiración profética como obra del Espíritu Santo,
no la trata con la frecuencia de ellos. Sin embargo escribe: “David, o sea el
Espíritu Santo que habla por él, canta acerca del mismo Dios…”.[120]
En este sentido, también plantea que es el Espíritu Santo quien iluminó a los
escritores del Nuevo Testamento y, en este sentido, escribe: “El Espíritu Santo
que estaba en el apóstol, impersonando la voz del Señor…”.[121]
Teodoto nos informa que Clemente
denominaba al Espíritu Santo como “la
virtud del nombre”.[122]
Aunque Clemente no abunda en cuanto a la relación del Espíritu Santo con la
vida litúrgica, sí hay un esfuerzo por saber qué piensa. Carlos González, cita
a J.N.D. Kelly, quien expone:
Clemente de Alejandría habla del bautismo (Ped. I, 6, 26) como el que
imparte la regeneración, iluminación, filiación divina, inmortalidad, remisión
de los pecados; explica (Ped. I, 5, 21) que la filiación es el resultado de la
regeneración obrada por el Espíritu. El bautismo imprime un sello, o timbre,
que es de hecho el Espíritu, imagen de Dios (Extractos de Teodoto 86, 2); el
Espíritu que inhabita es el ‘carácter’ de la membresía cristiana de Cristo
(Strom. IV, 18, 116). Como por ningún lado insinúa en ningún rito litúrgico la
imposición de las manos, podemos razonablemente inferir que mira el bautismo
como el que media directamente al Espíritu.[123]
Finalmente, para Clemente el
Espíritu Santo es, según J. Solano, “la naturaleza divina del Verbo”.[124]
Así se desprende del texto de Clemente: “De
modo alegórico su carne significa el Espíritu Santo, porque él fue el que formó
su carne”.[125]
EL ESPIRITU
SANTO EN ORÍGENES
De los Padres de la Iglesia que
hemos estudiado hasta ahora, Orígenes, es quien más alude al Espíritu Santo en
sus escritos. Debido al límite de palabras que nos impone la presente
monografía, sólo se hará un resumen de sus conceptos, escribiendo algunos de
sus textos, para ratificar lo dicho.
Tres son las áreas que abarcan sus
escritos con relación al Espíritu Santo: La profesión de fe, la Trinidad y su
obra en el creyente. En sus escritos, el autor, como se expresó anteriormente,
intenta exponer la enseñanza escritural y la tradición de la iglesia según los
modelos de pensamiento de su época.[126]
La Profesión
de Fe
Desde el prólogo de su obra “De los principios” pone Orígenes, como
cimiento de toda su doctrina la predicación apostólica que él recibió de sus
maestros.[127] Como
en su época no hay un dogma definido, la fórmula básica de fe era la bautismal,
de ahí que escribiese: “Ninguna verdad se ha de aceptar sino aquella que en nada
difiera de la tradición de la Iglesia y de los apóstoles”.[128]
En cuanto al Espíritu Santo, Orígenes ha descubierto en los pensadores griegos,
esbozos de Dios y de su Verbo, a través de las cosas visibles; pero ninguna de
ellas puede guiar al hombre, por ende, sólo es posible que el hombre fuese
guiado por el Espíritu Santo a través de la Escritura.[129]
De ahí que la confesión básica de la Iglesia deba mantenerse fiel a la Palabra
revelada y, esta confesión, no pertenece sino a la obra del Espíritu Santo: la encarnación
del Hijo, “nacido de la Virgen y del Espíritu Santo”, como signo de que su
cuerpo es en todo semejante al nuestro; pero el modo virginal de ser concebido,
es un signo de quien es en su ser más íntimo aquel que se ha hecho hombre. La
proclamación litúrgica del Espíritu es con igual dignidad y honor que el Padre
y el Hijo, y la obra del mismo en cuanto inspiró a los santos, profetas y
apóstoles.[130] En esta línea de pensamiento, Orígenes llega
a concluir que la relación de las tres personas[131]
se plantea un problema que para su época aún no había sido planteado: su
relación interna. Concluye, además, que es el Espíritu Santo quien actuó en el
Antiguo Testamento y obró en el Nuevo a través de Cristo, la Iglesia y la
comunidad.
En La
trinidad
Sus escritos abundan de fórmulas
trinitarias. Lo interesante de ello, es que todas parten de un contexto
salvífico.
Todo lo que sabemos sobre el Padre, lo conocemos por la revelación del
Hijo en el Espíritu Santo… así como sólo el Hijo conoce al Padre y lo revela a
quien quiere, así sólo el Espíritu escruta las profundidades de Dios, y revela
a Dios a quien quiere.[132]
Teológicamente este texto es un
aporte formidable al dogma trinitario que plantea Orígenes. En el se descubre
el dato que el Espíritu Santo no es una criatura, ya que éstas no conocen el
interior de Dios. Del Espíritu nunca se dice que haya conocido quien es Dios
por revelación recibida del Hijo; sino que es él mismo quien escudriña lo
íntimo de Dios.[133]
De ahí que escribe:
Si así fuese [Dice Orígenes] el Espíritu nunca se
habría confesado al interno de la trinidad, esto es del Dios Padre inmutable y
de su Hijo; sino porque desde siempre es el Espíritu Santo.[134]
Desde aquí, Orígenes avanza hacia
la regeneración bautismal y plantea que sólo puede ser llevada a cabo por el
poder trino de Dios:
Aquel a quien Dios regenera para la salvación, necesita del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, y no recibe la salvación si no es en virtud de toda
la trinidad, y no puede participar del Padre y del Hijo sin el Espíritu Santo.[135]
Esta no es
una afirmación gratuita pues incorpora a la soteriología el concepto trinitario
la cual importa al ámbito antropológico de la misma.[136]
En el mismo texto, comentando sobre el Salmo 104, 29-30 dice: “El Espíritu
Santo no habitará en todos, ni en aquellos que son carne, sino en aquellos cuya
tierra será renovada”.[137]
Para Orígenes todas las criaturas racionales son logiká precisamente por participar del Logos donde éste impregna su
imagen en ellas. Sin embargo, el Espíritu Santo se ha dado sólo a las personas
elevadas al nivel de seres espirituales, “aquellos que se convierten a las
cosas superiores y caminan por los senderos de Jesucristo”.[138] Para Orígenes desde el inició el
Espíritu Santo se comunicó a los ya bautizados por la imposición de manos de
los apóstoles.[139]
Tomando las
palabras que Carlos González cita de M. Simonetti hablando de la trinidad dice:
Para Orígenes la trinidad, en su articulación
trinitaria, se caracteriza por la posesión substancial, y por tanto
indefectible del ser, o sea del bien, según la ecuación platónica ser = bien,
que Orígenes suscribe integralmente. En cambio los otros seres intelectuales
poseen el ser, o sea el bien, sólo de modo accidental.[140]
Para
finalizar, no se puede dejar pasar un aspecto importante del cual Orígenes se
adelantará casi un siglo: “todo fue hecho por él” (Jn. 1:3). Esta expresión “todo” sería utilizada vehementemente
por los herejes enemigos del “Espíritu”. ¿Esta expresión “todo”, comprende también al Espíritu Santo? El alejandrino da tres
posibilidades:
a)
La de quienes
afirman que el Espíritu Santo fue hecho (génetos) por el Hijo, como las demás
criaturas. “Mas entonces el Verbo debe existir como anterior al Espíritu”.
b)
La de quienes
enseñan que el Espíritu Santo no fue hecho por él (agénnetos); y,
c)
La de quienes
sostienen que “no tiene su ousía propia distinta de la del Padre y el Hijo”. [141]
Orígenes no
plantea una solución sino posturas, aunque se inclina por pensar: “el Espíritu
tiene su propia substancia (ousía)”. La respuesta tiende a defender la realidad
del Espíritu Santo, por una parte y, por la otra, situar su ser en la esfera de
Dios y no de las criaturas.[142]
La obra en el creyente
Orígenes,
plantea que si el Espíritu Santo que descendió sobre Jesús en el bautismo y no
le abandonó, fue, entonces, “para manifestarse de esta manera a los hombres,
que no podían sobrellevar continuamente su gloria”, y esto para actuar la
salvación en la humanidad de Jesús por medio de ella.
En su carta a
los Romanos, Orígenes nos dice, respecto a la Trinidad que “siempre está con el
Padre y el Hijo, y siempre existe, ha existido y existirá, como el Padre y el
Hijo”.[143]
En esta línea plantea que el fruto del Espíritu es la vida del hombre nuevo
tomando como referencia Rom. 9. Por eso, ser discípulo de Cristo es solo por
gracia del Espíritu, puesto que éste es un don del Cristo para quienes han
abrazado la fe. Por ello, los signos de esta permanencia en el Espíritu son
variados pero para Orígenes quien “sabe mortificar los apetitos de la carne, no
privándola de lo necesario, pero sin servirla en la concupiscencia”[144]
ha avanzado en la vida de fe.
Por esta
razón, la filiación adoptiva para Orígenes es gradual: no son hijos quienes no
creen en Jesús, ni lo han recibido por el bautismo. A los que creen se concede
“poder llegar a ser hijos de Dios” (Jn. 1:12). Por ello, la vida presente es un
camino para ir asimilando lo que se recibió en prenda, a fin de transformarse
poco a poco de carne en espíritu.[145]
Otro signo
del don del Espíritu en Orígenes es: la esperanza. “Por el mismo hecho de creer
en Cristo, sabemos que se nos ha concedido la salvación; sin embargo, todavía
tenemos esta salvación en esperanza, y no ante la vista”.[146]
Finalmente,
Orígenes entiende que fruto del Espíritu es la misión de la Iglesia y que los
fieles consignan en sus vidas por el ministerio al que han sido llamados: el
apostolado. Por ello, se ha identificado con la oración misionera de Romanos 8,
26 al decir:
La oración
del apóstol es el índice de cuánto éste es llevado por el Espíritu, porque
nuestra carne es tan débil, que arrastrada por sus impulsos ha olvidado incluso
cómo conviene orar, de manera que necesita ser guiada por el maestro de la
oración.[147] Si el
Espíritu interpela por nosotros con gemidos inefables… ¿cómo no tendrá razón
cuando dice: ‘Todo coopera para el bien de aquellos que aman a Dios?’… el
Espíritu ayuda, y la naturaleza divina se digna a ser su guía en el camino del
bien.[148]
CONCLUSIÓN
Al indagar en
el pensamiento de los Padres de la Iglesia, ciertamente se asiste al parto que
significó el quehacer teológico en el desarrollo de las doctrinas que se vieron
en los Concilios posteriores de la Iglesia cristiana.
En cuanto al
tema sobre el Espíritu Santo, es muy decidor lo que plantean los Padres pues,
si bien no niegan en sus textos la manifestación que nosotros conocemos como la
glosalalia o milagros de sanidad, ellos sí plantean argumentos más amplios para
evaluar la influencia del Espíritu Santo al interior de la Iglesia y del
creyente.
Ellos ven la
manifestación del Espíritu Santo en:
1.
La
celebración litúrgica (Ignacio, Clemente, Orígenes).
2.
La
inspiración de las Escrituras (Ireneo, Clemente, Orígenes).
3.
El bautismo
(Ignacio, Ireneo, Orígenes).
4.
La Enseñanza
y el quehacer práctico en el creyente (Ignacio, Orígenes).
5.
En la unidad
de la Iglesia (Ignacio).
6.
La confesión
de fe (Doctrina) y en las doxologías litúrgicas (Ireneo).
7.
La tradición
eclesiástica y la Esperanza cristiana(Orígenes).
8.
En la
sujeción al Obispo (Ignacio).
Si
bien queda afirmada, sólo por Ignacio de Antioquía, la principal acción
apologética de los Padres respecto al Espíritu Santo, se basa sobre cuatro
líneas de pensamientos: la liturgia, la inspiración de las Escrituras, la
acción bautismal y la Enseñanza y vida práctica del creyente. Por esto, los
cristianos de hoy, debemos poner estos principios en el tapete para determinar
si un creyente o una iglesia en particular es llena del Espíritu Santo. No
bastan solo con las manifestaciones externas, aspecto que los padres no
condenan, pero tampoco exaltan sobremanera pues mas importantes es la confesión
de fe, la esperanza, la liturgia, el bautismo, etc.
Finalmente,
deseo terminar el presente trabajo con el pensamiento de Ignacio de Antioquía
cuando dice: “Esta [Iglesia] es gozo eterno y perenne…
constituidos según la gracia de Jesucristo, a los cuales él afianzó según su
propio querer, dándoles la firmeza en su Espíritu Santo”.
[1] Término
técnico por el cual se conoce el “hablar en lenguas”, comúnmente durante el
servicio de adoración.
[2] Frase
que se utiliza como sinónimo de que el Espíritu Santo está en el creyente.
[3] Dr.
Berthold Altaner, PATROLOGIA.
( Madrid, España: Editorial Espasa-Calpe S.A. 1962 ), Pág. 31
[4] Teólogo
protestante nacido en Viena en el año 1653.
[5] Altaner,
loc. cit.
[6] Ibid.
[7]
Contreras, Peña. INTRODUCCIÓN AL
ESTUDIO DE LOS PADRES. (Argentina: Editorial Monasterio Trapense de
Azul, 1991). Pág. 35.
[8] Nacido
en Leipzig, 1730.
[9] Cuando
se habla de teología patrística se
refiere a analizar la teología que acuñaron los Padres de la Iglesia.
[10]
Altaner, op. cit., pág. 32
[11] Ibid.
[12] Del gr.
filología, a través del lat. philologia. 1. f. Ciencia que estudia una cultura
tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través
de los textos escritos. 2. Técnica que se aplica a los textos para
reconstruirlos, fijarlos e interpretarlos.
DICCIONARIO DE LA LENGUA
ESPAÑOLA, Edición Electrónica. Versión 21.1.0, Espasa Calpe, S.A. 1995.
[13] Teoforo, nombre tomado de su salutación
a la carta a los Filadefios. En Griego es “Theoporo”
que significa “portador de Dios”.
[14]
Sigfrido Huber, LAS CARTAS DE IGNACIO
DE ANTIOQUIA Y DE POLICARPO DE ESMIRNA. (Buenos Aires: Ediciones
DESCLÉE, 1945). Pág.17.
[15]
Eusebio de Cesarea, HISTORIA
ECLESIASTICA – TOMO 1. (Terrasa, Barcelona: Edición CLIE, 1988).
Capítulo 36, pág. 193.
[16]
Carlos Ignacio González, EL ESPIRITU
SANTO EN LOS PADRES GRIEGOS. (México: Editorial Colección Autores,
1996). Pág. 21.
[17] Huber,
op. cit., pág.19
[18] Mateo
18, 1- 4 dice: “1En aquel tiempo los
discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los
cielos? 2Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,
3y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños,
no entraréis en el reino de los cielos. 4Así que, cualquiera que se
humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. 5Y
cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe”. Aunque
es interesante esta afirmación del siglo IX, según los eruditos, no tiene mayor
fundamento.
[19]
González, op. cit., Pág. 21.
[20] Cinco fueron dirigidas a las
comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia, Tralles, Filadelfia, y Esmirna
ubicadas en Asia Menor. Las dos restantes están dirigidas a Policarpo, obispo
de Esmirna y a la comunidad cristiana de su destino, Roma.
[21] Jaime
Morales Herrera, PATRISTICA – LOS
PADRES APOSTÓLICOS Y LOS APOLOGISTAS. Seminario Internacional de Miami,
www.MINTS.edu. Pág. 8.
[22]
Altaner, op. cit., pág. 113.
[23] Ibid.,
pág. 22.
[24] Ibid.,
pág. 38.
[25] Ibid.
[26] Ibid.
[27]
Eusebio, op. cit., pág. 296.
[28]
González, op. cit. Pág. 39.
[29] El
nombre completo de la obra es: “Refutación
y destrucción del falso conocimiento de la gnosis”. Según Justo González
esta obra se llama: “Denuncia y
refutación de la supuesta gnosis”. Esta obra es además conocida, dentro del
mundo académico como: “Adversus
haereses”.
[30]
Altaner, op. cit. pág. 144.
[31]
González, op. cit., pág. 61
[32] Según
Justo González: “En lo que a la vida de
Clemente se refiere, nuestros conocimientos son harto escasos” op. cit., pág. 188.
[33] Según
Justo González: “Panteno” op. cit., pág. 189. Eusebio de Cesarea dice
al respecto: “Este Clemente se refiere a
Panteno como maestro suyo en su libro Hypotyposeis, en el cual escribió”.
Eusebio, op. cit., pág. 307.
[34]
González, loc. cit.
[35] Altaner,
op. cit., pág. 193.
[36] Ibid.,
pág. 196.
[37] J.
González, op. cit. Pág. 191.
[38] Platón
escribía: “El que soporta un castigo
acoge un beneficio” (Paed. 1, 67).
[39]
Altaner, op. cit., pág. 196.
[40]
Altaner, op. cit., pág. 193.
[41] J.
González, op. cit., pág. 192.
[42] Campenhausen,
op. cit., pág. 38.
[43] Ibid.
[44] Ibid,
pág., 40.
[45] J.
González, op. cit., pág. 193.
[46] J.
González, op. cit., pág. 201.
[47] Murió
como mártir en el 202 durante el imperio de Septimio Severo.
[48] J.
González, loc. cit.
[49]
Altaner, op. cit., pág. 198.
[50] Ibid.,
pág. 199.
[51] J.
González, op. cit., pág. 201 – 202.
[52] Ibid.
[53] Ibid.
[54] Ibid.
[55]
Altaner, op. cit., pág. 200.
[56] J.
González, op. cit., pág. 205.
[57]
Altaner, op. cit., pág. 204.
[58]
Campenhausen, op. cit., pág. 54.
[59] Ibid.,
pág. 55.
[60]
González, op. cit., pág. 9.
[61] La
palabra “Kerygma” comúnmente se
asocia a la proclamación del evangelio de la comunidad primitiva. Sin embargo,
hay que hacer notar una pequeña diferencia que, aunque sutil, es necesaria en
el campo del análisis teológico: “Kerygma”
enfatiza el modo en que se entrega el mensaje y, “evangelion”, se refeire a la naturaleza del contenido. Everett
Harrison, DICCIONARIO DE TEOLOGÍA.
Grand Rapids, Michigan, USA: Editorial Libros Desafío, 1999). Pág. 242.
[62]
González, loc. cit.
[63] Que es
el tiempo en que se sitúa el presente análisis de la Monografía en cuestión.
[64]
González, op. cit., pág. 11.
[65] Ibid.,
pág. 22.
[66] Ibid.
[67] A
los Efesios 9, 1.
[68]
González, op. cit., pág., 23.
[69] Ibid.,
pág., 24.
[70] A
los Magnesios, 13, 1 - 2
[71] 2
Corintios 13, 13.
[72] A
los Efesios 18, 1 – 2 .
[73] 20¿Dónde está el sabio?
¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha
enloquecido Dios la sabiduría del mundo? 21Pues ya que en la
sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a
Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. VRV’60
[74] La oikosnomía, economía, es pues, aquello
que tiene que ver con la administración o con las normas que han de regir en el
funcionamiento de una casa. Dios es, por tanto, para los Padres griegos, el
administrador bondadoso y providente del acontecer de su casa en el mundo. Por
ello, la historia es la economía divina, administración de un designio
salvífico que tiene Dios para la humanidad. Juan Noemí. “EL MUNDO, CREACIÓN Y PROMESA DE DIOS”. (Santiago, Chile:
Editorial San Pablo, 1996) pág. 430 y 433.
[75]
González, op. cit., pág. 26.
[76] Ibid.
[77] A
los Magnesios 1, 2.
[78] A
los Magnesios 9, 1 – 2.
[79] Sic.
[80] A
los Filadelfios, saludos.
[81]
González, op. cit. pág. 28.
[82] Ibid.,
pág. 39.
[83] Ibid.,
pág. 40.
[84] Demostración
3, pág. 31.
[85] Ibid.,
7, pág. 41 – 42.
[86] Adversus
Haereses, I, 10, 1.
[87]
González, op. cit., pág. 41.
[89]
Es interesante observar que cuando Ireneo habla de “mano de Dios” en singular,
normalmente se refiere al Hijo.
[90] A.
Orbe. ANTROPOLOGÍA DE SAN IRENEO. (Madrid, España: Biblioteca de Autores
Cristianos, 1969), pág. 43.
[93] Demostración
10, pág. 46-48.
[94]
González, op. cit. pág. 46.
[96] Ibid.,
III, 17, 2.
[97] Ibid.,
III, 17, 3.
[98] Ibid.
[100] Demostración
47, pág. 107-108.
[101]
Ibid., 89, pág. 157.
[103] Ibid., III, 6, 4; 11, 8; 17, 2; 24,
1.
[104] Ibid., III, 17, 2; V, 18, 2.
[105] Ibid., III, 24, 1.
[106] Demostración
26, pág. 73.
[107]
González, op. cit., pág. 50. En cuanto a la cita de Ireneo, esta se encuentra
en Adversus
Haereses, IV,
38, 3.
[108] Demostración
47, pág. 107-108.
[109]
González, op. cit., pág. 53.
[112]
Ibid., III, 11, 8; 17,
1-2; V, 1, 1; 6, 2; 8, 2; 7, 2; 9, 2-4; 12, 2; 24, 1; Demostración 5; 42, pág.
98; 2, pág. 29; 89, pág. 157.
[113] Demostración,
99, pág. 169.
[114] Jeremías
2, 13.
[116]
González, op. cit., pág. 61.
[117]
Pedagogo I, 6.
[118]
De Teodoto se sabe muy poco. Era seguidor de Valentín, de origen oriental y
contemporáneo de Clemente. Se comprometió con la doctrina gnóstica del cual fue
un notable exponente.
[119] Tapetes VI, 8.
[120] Pedagogo I, 9.
[121] Pedagogo I, 6.
[122]
Extractos de Teodoto 86, 2.
[123]
González, op. cit. pág. 64.
[124]
J. Solano. TEXTOS EUCARÍSTICOS
PRIMITIVOS. (Madrid, España: Editorial de Autores Cristianos, 1988),
pág. 106.
[125]
Pedagogo I, 6.
[126]
Cf. Página 21 de la presente monografía.
[127]
González, op. cit. pág. 76.
[128] De
los Principios I, pref. 2.
[129]
Ibid., I, 3, 1-3.
[130]
Ibid., Prol. 4.
[131]
Posteriormente llamará en su textos Hypóstasis.
[132] De
los principios I, 3, 4.
[133]
González, op. cit. pág. 78.
[134] De
los principios I, 3, 4.
[135]
Ibid., I, 3, 5
[136]
González, op. cit., pág. 79.
[137] De
principios I, 3, 5.
[138]
Ibid.
[139]
González, op. cit., pág. 80.
[140]
González, op. cit., pág. 82.
[141]
Los modalistas.
[142]
Se debe comprender que por aquella época aun no se había fijado un vocabulario
técnico para este tema.
[143] Comentario
a los Romanos VI, 7.
[144]
Ibid., VI, 13-14.
[145]
Ibid., VII, 5.
[146]
Ibid.
[147]
Ibid., VII, 6.
[148]
Ibid., VII, 7.