Por Eduardo Neira M.
Continuando con el tema iniciado el día de ayer, deseo
ampliemos un poco más la visión sobre la educación teológica. Un problema que
actualmente es transversal y que, a mi juicio, sobrepasa todo lo que el Estado
está haciendo en materias de reformas y que dado su visión está en lo correcto;
aun cuando pudiésemos pensar que mejor habría sido avanzar en corregir la
desigualdad y en mejorar la calidad de la educación pública de manera
simultánea.
El problema a que me refiero es a la materia prima que
reciben tanto los colegios, institutos, universidades y, obviamente, los
seminarios e instituciones teológicas. Esto supone un doble esfuerzo en el
quehacer educativo. Nos encontramos frente a una nueva “especie” educativa,
(permítaseme éste apelativo), que hacen que educar sea todo un desafío. En ello
queda, automáticamente explícita, la pregunta: ¿Qué deseamos formar?
La pregunta que he formulado, es para todo el ámbito
educacional. El país como tal, dado el sistema económico decidió formar gentes
productivas y competitivas en el mercado. No formó ni pensó, a mi juicio,
formar personas, seres humanos capaces de trabajar para ser felices y construir
sociedad. Simplemente se limitó a formar “entes” que le dieran al sistema los
recursos humanos necesarios para proveerle a los capitales ingresos
sustanciosos que, a la larga, los mismos trabajadores deberían adquirir.
Tanto fue así que en materia educativa fue el mismo mercado
que hizo profesar a todos nosotros que, cegados por ese anhelo natural de
prosperar, compramos el cuento que para ser mejores debemos estudiar hasta que
no podamos resistir más el embate de los años, o bien, estemos quebrados
económicamente por las deudas adquiridas en el proceso educativo. Pero,
finalmente, ¿qué clase de persona hemos formado?
En éste mismo ámbito, el desafío actual es formar personas y,
más aún en el quehacer de las instituciones cristianas. En ese desafío está
mejorar la infraestructura de las aulas, mejorar las bibliotecas y sus
volúmenes, actualizando los libros (no olvidemos que tenemos, en materia
evangélica, un retraso de al menos 15 años en las bibliografías) y mejorando
las mallas curriculares y los planes de estudio. Ese desafío es constante y nos
interpelara siempre hacia la búsqueda de profundizar y mejorara la calidad de
nuestra educación.
Sin embargo, aunque todo ello fuese posible pensando en ese
ideal, vuelvo al tema inicial: ¿Qué de la materia prima? Creo fervientemente
que necesitamos una reevaluación de los estudiantes que recibimos. Por ello, he aquí una muestra, al menos para
generar la discusión de lo que a mi juicio es el actual estudiante de teología
que tiene el deseo de formarse en nuestras aulas.
Los estudiantes que recibimos tienen las siguientes
características y que complementare con algunas apreciaciones:
a.
Está
más motivado por el deseo de aprender que por ejercer el oficio de liderazgo o
pastor, en su mayoría.
b.
No
tiene, al momento de iniciar sus estudios, claridad del área en que se desea
desarrollar. En este aspecto la orientación es clave.
c.
Tiene
poco incentivo por la lectura salvo la Biblia que lo hace más por costumbre que
por un interés real de comprensión.
d.
Es
tecnológico, que tiene en sus manos una herramienta muy potente de información
y que, a su vez, será e que evalúe a su profesor instantáneamente pues cuenta
con herramientas cibernéticas muy potentes, como por ejemplo el programa
“e-sword”.
e.
En
su mayoría tiene poca comprensión de lectura y muy mala redacción, dependiendo
de estrato socio-cultural que provenga y de la edad (hay casos dignos de
admiración).
f.
Un
porcentaje de estos nuevos estudiantes es un profesional técnico o
universitario que está acostumbrado a la exigencia y que resentirá si un curso
es poco motivante en cuanto a contenido, bibliografía y discusión en clase.
g.
Es
un estudiante que valora su opinión aun cuando no esté acertado.
h.
No
tolera la imposición del profesor. Asume que su profesor sabe, pero prefiere
descubrir y discutir sus postulados y pensamientos para crear el suyo propio.
Resiste ese dogmatismo radical (lo que debiera radicarse en la Iglesia y en su
enseñanza de la escuela dominical).
i.
Asume
que un seminario le entregará herramientas para pensar y decidir y no para que
sea un autómata que sólo repite ideas preconcebidas dogmáticamente.
j.
Trae
una mentalidad global y no local. Sabe lo que cree su Iglesia y lo comparte
muchas veces, pero que desea crecer en un conocimiento que le lleve a elevar su
espiritualidad.
k.
Utiliza,
cada vez más, las redes sociales para habar de su aprendizaje.
l.
Valora
a sus profesores cuando estos son cercanos y capaces de mostrarse como son y no
los estereotipos. A modo de ejemplo crítico, la corbata no es necesaria para
ser un buen profesor, lo es que el maestro sea eso, un maestro con conocimiento
de su materia y que esté actualizado en sus conocimientos que le permitan
entablar un diálogo crítico y responsable con sus estudiantes.
m.
Valora,
además, la posibilidad de opinar. En mi experiencia es algo maravilloso provocar
discusiones en clase. Permite crear la tolerancia hacia opiniones discrepantes
y desarrolla la seguridad en las opiniones que, el educando en cada oportunidad
fundamentara de mejor manera.
n.
Está
más comprometido con la acción social. La institución que desee siempre estar a
la vanguardia, debe ser capaz de crear una conciencia social y de participación
en la sociedad.
o.
Es
interdenominacional, pluralista. No tiene problemas de estar con los otros y,
muchas veces, comparten problemáticas comunes. Ellos son capaces de superar las
diferencias que las denominaciones no han podido.
p.
Es
capaz de soportar la rudeza de la exigencia académica siempre y cuando
comprenda el porqué de la misma. Cada educando cuando supera su propia medida,
aun cuando no sea lo óptimo, se dará por satisfecho porque habrá entendido que
ha progresado.
Estos han sido algunos
puntos que dejo para la reflexión y discusión posterior. Hay muchos desafíos
que debemos tomar quienes educamos, pero lo principal es comprender el
estudiante, la materia prima con sus defectos y virtudes creando siempre
ambientes necesarios y motivantes para el desarrollo académico.