Friday, December 22, 2017

El pesebre como signo de paz



"Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de se alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón" (Lc. 2, 6-7).

La imagen que nos presenta Lucas respecto al nacimiento de Jesús es de una modestia sublime. No se gasta en palabras redundantes y grandiosas para describir el nacimiento del Salvador. Sencillamente narra las circunstancias de cualquier matrimonio de la época del primer siglo cuando llega a una ciudad que está atestada de gentes. Obviamente lugar no hay o, al menos, es de difícil acceso por la falta de dinero de la pareja. 

La representación del niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre denota la sencillez con que llega al mundo el Hijo de Dios. Este es el signo de la alegría que se transforma en paz. Es el cumplimento de una promesa divina desde tiempos inmemoriales para el pueblo. Ellos no están conscientes quién es este niño que nace, es simplemente su hijo y, de seguro los padres están felices de buen estado de salud del bebe. Probablemente no están conscientes que los ángeles están proclamando a los pastores el nacimiento del Salvador con toda la gloria que merece el pueblo, quien es el destinatario final de lo que será la vida del que está naciendo.

El pesebre como signo de paz me llama a reflexionar sobre el rol que cumple el pesebre en los hogares de tradición cristiana. ¿Hasta qué punto no ha sucumbido el pesebre a la cultura hedonista de la época actual? ¿Qué significa hoy para esos hogares cristianos el pesebre en su simpleza de alegría y gozo? ¿Tiene alguna importancia el pesebre en los hogares actuales? La respuesta podría ser lapidaria si entendemos que las fiesta de Navidad es sencillamente, en nuestro presente, una fiesta más que reúne a la familia en torno a una cena y regalos.

Los más inquisidores dirán que el 25 es una celebración pagana que se cristianizo al Imperio aceptar como religión oficial al cristianismo. Sin embargo el relato de Lucas nos remite a un tiempo más antiguo sin fechas ni datos históricos sino a una narración simple de lo que debiese ser el sentido del pesebre para los cristianos. Y hago hincapié en lo de cristianos porque en realidad sino se tiene la fe cristiana, no tiene ningún sentido tener el pesebre en los hogares. Para Lucas, que no está pensando en el siglo XXI en que habrá figuritas de todo tipo de materiales representando el nacimiento de Jesús, esta escena es el reflejo de lo que la tradición de los primeros creyentes entendieron como el cumplimiento de la promesa de Jesús. 

Este nacimiento debiésemos mirarlo a la luz del himno que está reflejado en la epístola a los Filipenses que expresa: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús; el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación el ser igual a Dios; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil.2,5-8). En este sentir que manifiesta éste himno cristiano que Pablo coloca en esta epístola a los Filipenses, nos da esa mirada más profunda del pesebre. Ese niño que nace, a las afueras de la gran ciudad de Jerusalén y lejos del Templo y en el sitio menos elegante para un rey, sí se haya esa paz que no se encuentra en los dos lugares anteriores. Simplemente la paz de Dios está en ese niño que nace y es donado por el Padre al mundo para su reconciliación. En ese espíritu, la paz del pesebre es un signo para todos en la época de las fiestas. Buscar y regalar esa paz, es el más sentido de los regalos que se pueden hacer a los seres queridos.

El pesebre y su humildad contrasta con las carreras agotadoras, duras, complejas e incluso agobiantes de hombres y mujeres, de casi todas las edades, buscando el regalo tan preciado para el ser querido pero que, finalmente, carecen de los más importante: la paz interior del compartir junto al pesebre. 

La navidad, fiesta propiamente ya arraigada en la sociedad occidental, no puede dejar de ser una razón para pensar en el sentido de la fe en ese niño que llegará, por amor a los hombres, a la cruz para traer la paz para con Dios. Ese nacimiento es el reflejo de que Dios no olvidó al hombre en su debilidad. Sino mas bien, decidió actuar en favor de los pecadores. 

Disfrutemos de una noche junto a la paz del pesebre, entendiendo que la simpleza de la vida y de lo común a todos es estar junto a  los seres que nos importan y queremos. Los regalos, debiesen ser una anécdota en el proceso. 

Dios le bendiga.



Tuesday, November 22, 2016

¿Qué es el ralato bíblico?

Un filosofo dijo: no hay hechos sólo interpretaciones. 

Me adhiero a esta perspectiva pues cada acto que realizamos debe, necesariamente, ser interpretado a la luz de las experiencias propia del intérprete. Los hechos son siempre constitutivos de significados en la medida que cada uno de ellos se realice con cierta intención. Es, entonces, el intérprete de esos hechos ya consumados, ya realizados, ya pasados que debe ser expuesto a sus interpretaciones que en última instancia serán evaluados a su propia experiencia y sabiduría. Las interpretaciones finales quedarán a consideración de quienes las deseen escuchar o leer. De allí pregunto: ¿qué son los relatos bíblicos? La respuesta, son hechos del pasado registrados para las generaciones posteriores y sus propias interpretaciones. 

Normalmente cuando se formulan éste tipo de consideraciones explotan y se enervan los conservadores que hacen del texto bíblico su idolatría. No pueden o, mejor dicho, no quieren ser capaces de entablar un diálogo acerca de las posibilidades que permite el texto para la vida de los creyentes. Confunden la dogmática con la apertura de significado y libertad interpretativa del texto (en estos términos hablo a nivel intelectual de quienes están preparados teológica y hermenéuticamente para emprender una discusión de esta naturaleza, creo es menester aclararlo).

¿Se han percatado acaso de la gran cantidad de imágenes y figuras literarias con que se expresan la gran mayoría de los textos en la Biblia? si el o los autores - para no herir a nadie - hubiesen deseado que la comunicación fuese lineal y única hubiesen evitado todo lenguaje simbólico. Pero por el contrario, lo utilizaron como medio de enfatizar ideas y conceptos que, aun en su propia época ya eran motivo de controversia. 

No es inusual percatarse que hay una comunicación que es contradictoria por parte de los líderes eclesiásticos que, por una parte abogan por la misericordia de Dios en sus diferentes facetas, pero por otro, nos dogmáticos en cuanto a la interpretación de la Escritura que, en muchas oportunidades simplemente son dogmas justificados a través de ella. Pero que nos incapaces de entrar en un dialogo fructífero de esa libertad necesaria para la edificación de espíritu. Desprecian todo lo que no "huela" a ellos. Desprecian y descalifican al que desea ampliar las posibilidades, y después se jactan de ser hombres de Dios. Aunque yo preguntaría ¿qué Dios?

Pero quizá lo más lamentable a mi juicio sea que las generaciones nuevas se siguen formando de la misma manera y aun teniendo una formación profesional que debiese ayudar en su cuestionamiento de la misma fe según sus aptitudes criticas de pensamiento. Creer no significa aceptar todo a buenas y primeras. Se debe pensar. Creer es pensar dijo un monje y teólogo en la antigüedad y a su vez, pensar es creer. Sin embargo, cuando hay más posibilidades de educación más tiránica y dogmática - en su acepción más negativa lo ocupo - se ha vuelto el quehacer en la Iglesia. 

Sin embargo, al analizar el relato bíblico, al leer sin mayor pretensión que la de un relato de fe y para la fe; el aporte a dejar atrás los dogmas, las escuelas de interpretación y empezar a escuchar a ese Dios que no tiene apellidos es más necesaria. Ese Dios que no impone formas ni reglas que las más simples. Dios dio diez reglas básicas y que la Iglesia - hoy farisea consigo misma - ha entablado una serie de reglas que en vez de dar libertad al afligido lo ahoga más y más en su dogmática. No es que ésta no sea necesaria, pero a mi parecer no es primordial. Lo primordial en la relación Dios - hombre - Dios es el ser humano y no los dogmas. Dios no se inmoló por una dogmática particular sino por el hombre pecador. 

Entonces, los hechos son simples: Juan nos dijo que de tal manera amó Dios al mundo. y parce que perdimos el norte porque la iglesia nace de la necesidad de dar un mensaje al mundo y no un dogma. El apóstol Pablo no intenta dar o crear una dogmática de la fe cristiana sino interpretarla con la libertad que él mismo y su capacidad teológica le impulsa sino contextualizar el mensaje cristiano para su sociedad y su mundo. 

Es tiempo de abrir esos espacios y dar nuevos aires al texto. Es imperioso volver a la lectura abierta, sin dogmas y dejar hablar a Dios desde su perspectiva y relato de hechos pasados. Sólo desde allí podemos rescatar la validez del mensaje cristiano para nuestro tiempo. Un desafío no fácil, pero desafío al fin y al cabo. 

    

Thursday, February 05, 2015

El gran debate sobre la Educación II.

Por Eduardo Neira M.

Continuando con el tema iniciado el día de ayer, deseo ampliemos un poco más la visión sobre la educación teológica. Un problema que actualmente es transversal y que, a mi juicio, sobrepasa todo lo que el Estado está haciendo en materias de reformas y que dado su visión está en lo correcto; aun cuando pudiésemos pensar que mejor habría sido avanzar en corregir la desigualdad y en mejorar la calidad de la educación pública de manera simultánea.
El problema a que me refiero es a la materia prima que reciben tanto los colegios, institutos, universidades y, obviamente, los seminarios e instituciones teológicas. Esto supone un doble esfuerzo en el quehacer educativo. Nos encontramos frente a una nueva “especie” educativa, (permítaseme éste apelativo), que hacen que educar sea todo un desafío. En ello queda, automáticamente explícita, la pregunta: ¿Qué deseamos formar?
La pregunta que he formulado, es para todo el ámbito educacional. El país como tal, dado el sistema económico decidió formar gentes productivas y competitivas en el mercado. No formó ni pensó, a mi juicio, formar personas, seres humanos capaces de trabajar para ser felices y construir sociedad. Simplemente se limitó a formar “entes” que le dieran al sistema los recursos humanos necesarios para proveerle a los capitales ingresos sustanciosos que, a la larga, los mismos trabajadores deberían adquirir.
Tanto fue así que en materia educativa fue el mismo mercado que hizo profesar a todos nosotros que, cegados por ese anhelo natural de prosperar, compramos el cuento que para ser mejores debemos estudiar hasta que no podamos resistir más el embate de los años, o bien, estemos quebrados económicamente por las deudas adquiridas en el proceso educativo. Pero, finalmente, ¿qué clase de persona hemos formado?
En éste mismo ámbito, el desafío actual es formar personas y, más aún en el quehacer de las instituciones cristianas. En ese desafío está mejorar la infraestructura de las aulas, mejorar las bibliotecas y sus volúmenes, actualizando los libros (no olvidemos que tenemos, en materia evangélica, un retraso de al menos 15 años en las bibliografías) y mejorando las mallas curriculares y los planes de estudio. Ese desafío es constante y nos interpelara siempre hacia la búsqueda de profundizar y mejorara la calidad de nuestra educación.
Sin embargo, aunque todo ello fuese posible pensando en ese ideal, vuelvo al tema inicial: ¿Qué de la materia prima? Creo fervientemente que necesitamos una reevaluación de los estudiantes que recibimos.  Por ello, he aquí una muestra, al menos para generar la discusión de lo que a mi juicio es el actual estudiante de teología que tiene el deseo de formarse en nuestras aulas.
Los estudiantes que recibimos tienen las siguientes características y que complementare con algunas apreciaciones:
a.     Está más motivado por el deseo de aprender que por ejercer el oficio de liderazgo o pastor, en su mayoría.
b.     No tiene, al momento de iniciar sus estudios, claridad del área en que se desea desarrollar. En este aspecto la orientación es clave.
c.      Tiene poco incentivo por la lectura salvo la Biblia que lo hace más por costumbre que por un interés real de comprensión.
d.     Es tecnológico, que tiene en sus manos una herramienta muy potente de información y que, a su vez, será e que evalúe a su profesor instantáneamente pues cuenta con herramientas cibernéticas muy potentes, como por ejemplo el programa “e-sword”.
e.     En su mayoría tiene poca comprensión de lectura y muy mala redacción, dependiendo de estrato socio-cultural que provenga y de la edad (hay casos dignos de admiración).
f.       Un porcentaje de estos nuevos estudiantes es un profesional técnico o universitario que está acostumbrado a la exigencia y que resentirá si un curso es poco motivante en cuanto a contenido, bibliografía y discusión en clase.
g.     Es un estudiante que valora su opinión aun cuando no esté acertado.
h.     No tolera la imposición del profesor. Asume que su profesor sabe, pero prefiere descubrir y discutir sus postulados y pensamientos para crear el suyo propio. Resiste ese dogmatismo radical (lo que debiera radicarse en la Iglesia y en su enseñanza de la escuela dominical).
i.        Asume que un seminario le entregará herramientas para pensar y decidir y no para que sea un autómata que sólo repite ideas preconcebidas dogmáticamente.
j.       Trae una mentalidad global y no local. Sabe lo que cree su Iglesia y lo comparte muchas veces, pero que desea crecer en un conocimiento que le lleve a elevar su espiritualidad.
k.     Utiliza, cada vez más, las redes sociales para habar de su aprendizaje.
l.        Valora a sus profesores cuando estos son cercanos y capaces de mostrarse como son y no los estereotipos. A modo de ejemplo crítico, la corbata no es necesaria para ser un buen profesor, lo es que el maestro sea eso, un maestro con conocimiento de su materia y que esté actualizado en sus conocimientos que le permitan entablar un diálogo crítico y responsable con sus estudiantes.
m.  Valora, además, la posibilidad de opinar. En mi experiencia es algo maravilloso provocar discusiones en clase. Permite crear la tolerancia hacia opiniones discrepantes y desarrolla la seguridad en las opiniones que, el educando en cada oportunidad fundamentara de mejor manera.
n.     Está más comprometido con la acción social. La institución que desee siempre estar a la vanguardia, debe ser capaz de crear una conciencia social y de participación en la sociedad.
o.     Es interdenominacional, pluralista. No tiene problemas de estar con los otros y, muchas veces, comparten problemáticas comunes. Ellos son capaces de superar las diferencias que las denominaciones no han podido.
p.     Es capaz de soportar la rudeza de la exigencia académica siempre y cuando comprenda el porqué de la misma. Cada educando cuando supera su propia medida, aun cuando no sea lo óptimo, se dará por satisfecho porque habrá entendido que ha progresado.
Estos  han sido algunos puntos que dejo para la reflexión y discusión posterior. Hay muchos desafíos que debemos tomar quienes educamos, pero lo principal es comprender el estudiante, la materia prima con sus defectos y virtudes creando siempre ambientes necesarios y motivantes para el desarrollo académico.

Dios les bendiga

Wednesday, February 04, 2015

El gran debate sobre la Educación

El gran debate sobre la Educación.
Por Eduardo Neira M.

Hace ya bastante tiempo que venimos escuchando sobre la necesidad de reformar la calidad de la educación en nuestro país. Todos han participado en el debate: gobierno, partidos políticos, iglesias, padres y apoderados y, evidentemente, los estudiantes. No ha sido un debate fácil y, aun así, hay diferentes posturas y posibilidades. Sin embargo, deseo entrar en un debate que no hemos tenido al interior de las Iglesias ni seminarios, ¿qué de la educación teológica en el mundo evangélico?
El mundo ha cambiado muy rápidamente y, los seminarios han congelado sus mallas y su visión de mundo y, más aún, la visión de a quienes deben formar y cómo deben hacerlo. Si bien es cierto, una de las principales motivaciones de la creación de seminarios e instituciones teológicas fue la de proveerse a sí mismos de sus líderes y pastores para la misión; hoy en día necesitamos, a mi juicio, reformular los programas educativos con un visión más amplia. No sólo formar pastores o líderes, sino formar también pensadores laicos para influir en la sociedad actual a través de una mirada directa y reflexiva, a fin de ser un aporte a la sociedad.
En esta perspectiva, los laicos en la actualidad son un recurso fundamental en la vida de la Iglesia y la influencia en la sociedad. Estamos en el siglo XXI y aunque parezca obvio, las condiciones y desafíos para las denominaciones y para los cristianos evangélicos es cada vez mayor. Aun cuando es comprensible esa necesidad de mantener las doctrinas y visiones de mundo de las denominaciones, estas ya no responden a las necesidades de nuestra sociedad actual que demanda, desde el cristianismo, respuestas a los desafíos y problemas que tenemos en nuestro país.
De allí es necesario enfrentar la formación de teólogos y no sólo pastores que desde una perspectiva crítica puedan abordar las problemáticas actuales y poder opinar a través de la escritura de libros las diversas miradas del acontecer eclesiástico y cotidiano de nuestra sociedad. Cada día aparecen nuevas leyes y avanzamos a una sociedad similar en sus valores a las de la primera época del cristianismo. No es nueva ésta situación y, sin embargo, pareciera que los diferentes actores eclesiásticos rajan vestiduras como si estuvieran pasando cosas nuevas y que no han sido o, al menos, visualizados en el mismo texto bíblico.
 Es un imperativo para los seminarios e instituciones teológicas mirar sus motivaciones y, por sobre todo, visualizar el tipo de laico o pastor, líder o pensador que debe formar para las exigencias del siglo XXI. Las mallas actuales deben promover el diálogo,  la reflexión y el quehacer práctico de todos, no sólo en la iglesia sino también en la sociedad. Esto nos impone a todos los que trabajamos en docencia un esfuerzo por modificar y plantear nuevas mallas que vayan acorde a las necesidades de nuestra sociedad. No es la Iglesia la que debe beneficiarse solamente, sino también nuestra sociedad. El imperativo bíblico es llevar el mensaje de salvación al mundo, pero en sí mismo, debemos comprometernos a participar de todos aquellos debates que enfrente la sociedad de una manera seria y directa.
Dejo planteado el desafío para quizás convocar a un conversatorio en éste sentido. Sería bueno poder reunirse de manera bien intencionada para reflexionar en torno a esta materia y estos desafíos.
Dios les bendiga



Thursday, January 29, 2015

El Espíritu santo en los Padres de la Iglesia


EL ESPIRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA PRENICENOS:
Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Orígenes.

Por
Eduardo Enrique Neira Miranda


Santiago, Chile
04 de Abril de 2006

INTRODUCCIÓN
En la actualidad hay movimientos carismáticos que abogan por la manifestación de los dones espirituales, en especial, la glosalalia[1] y los milagros de sanidad. Sin embargo, ¿son sólo estas manifestaciones las pruebas del Espíritu Santo en el creyente? ¿Qué sucede con aquellos que no tienen estas manifestaciones externas? ¿Hay cristianos de primera y segunda categoría? ¿Cómo se ha interpretado el Espíritu Santo a través de la historia cristiana? ¿Es, por tanto, más amplio éste concepto? Debido a estas interrogantes y al mal uso de la fraseología “andar en el espíritu”[2], es que estudiare el Espíritu Santo en Los Padres de la Iglesia Prenicenos para comprender la relación que ellos hacen entre su concepción del Espíritu Santo y la unidad de la Iglesia y la doctrina para corregir los abusos que hoy se cometen al interior de la Iglesia respecto al Espíritu Santo y su manifestación externa. Por tal razón, la presente monografía abordará el pensamiento de Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Orígenes.
Retrocedamos en el tiempo y adentrémonos al siglo II y III pues es el mundo en que vivían los Padres y descubramos su pensamiento que, de seguro, tendrá mucho que decir en la actualidad.

I.- EL ESTUDIO DE LA PATRÍSTICA
La Patrología, es una ciencia teológica que estudia a los escritores de la antigüedad cristiana, acogidos por la Iglesia entre los testimonios de su doctrina, aplicando a este estudio, los principios metódicos de las ciencias históricas.[3]
El nombre “Patrología” lo usó por primera vez el teólogo luterano Juan Gerhard[4] al publicar su obra PATROLOGÍA. La misma denominación sirvió para indicar hasta el siglo XIX, al menos en parte, la historia de la producción literaria eclesiasticoteológica hasta la edad Media, y aun hasta la Reforma.[5]
Cuando la difusión del cristianismo en el mundo grecorromano empezó a considerarse como una época especial, poco a poco, el campo de la patrología se fue restringiendo a este período.[6]
Patrología y Patrística, aunque se han tomado como sinónimos, no es así. La Patrística[7] es un concepto acuñado por otro teólogo protestante. Su nombre era J.F. Buddeus[8] que utiliza este término como adjetivo cuando aborda el tema de la teología patrística.[9] Este título, a partir del siglo XVII, sirvió para que teólogos dogmáticos estudiaran la doctrina de los Padres, separándola así de la teología bíblica, escolástica, simbólica y especulativa.[10] Por ello, es interesante observar que la teología patrística precede a la historia de los dogmas.[11]
La literatura cristiana primitiva apunta a la valoración del carácter literario de los escritos de los Padres. Este campo de la teología estudia los aspectos lingüísticos y literarios. Es, en suma, hacer filología[12] de las obras de los Padres. Se puede decir que la patrología apunta a presentar la vida, obra y pensamiento de los Padres de la Iglesia. La patrística, en cambio, se interesa por el campo doctrinal y dogmático elaborado por los Padres.

II.- LOS PADRES PRENICENOS
Para los efectos de la monografía, se entenderá como Padres Prenicenos a aquellos que han vivido antes del Concilio de Nicea en el 325 d.C. y que, en sus escritos, han enunciado “los principios” de las primeras fórmulas dogmáticas que desarrolló la Iglesia en diversas materias; en particular, con referencia al tema que nos ocupa: El Espíritu Santo.
Dentro de estos, tomaremos como referencia a: Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Tertuliano y Orígenes.
IGNACIO DE ANTIOQUÍA
San Ignacio, que lleva por sobrenombre Teoforo[13] era, probablemente, Sirio de nacimiento.[14] Ningún autor habla de su país de origen. Al parecer no era del interés de los biógrafos. Según Eusebio, san Ignacio fue el segundo obispo de Antioquía[15] y su episcopado se habría inciado después del año 100. Hay discrepancias respecto a esta fecha. Carlos González atribuye el ejercicio del episcopado de san Ignacio por el año 69.[16] 
Según Simeón Metafraste[17], san Ignacio era el niño mencionado en el Evangelio de san Mateo[18]. Se cree que fue discípulo del apóstol Juan. Fue llevado de Siria a Roma para ser arrojado a las fieras, bajo el reinado de Trajano (98-117), el 20 de Diciembre de 107 en el anfiteatro Flaviano.[19] Juan Crisóstomo escribe: “San Ignacio fue consagrado obispo de manos de los Apóstoles Pedro y Pablo”.
 En su viaje de Antioquía a Roma, donde fue ejecutado, escribió siete cartas[20]. Jaime Morales dice de ellas:
Las cartas son una fuente  importante de información sobre las creencias y organización de la primera iglesia cristiana.  Ignacio las escribió como advertencias contra las doctrinas heréticas, lo que permite a sus lectores contar con resúmenes detallados de la doctrina cristiana.[21]

San Ignacio fue el primer escritor cristiano en usar el término Iglesia católica al referirse a toda la comunidad de los fieles[22]. Propiamente no fue un teólogo, sino un pastor. La inquietud doctrinal de Ignacio, nace por la preocupación que tenía por las sectas de cuño gnóstico y judeocristiano que dañaban a las comunidades primitivas referente al “misterio del salvador y reflexiona en ello respecto del Espíritu Santo”.[23]
IRENEO DE LYON
Nacido en Asia Menor entre el 130/5, de Joven conoció a san Policarpo de quien aprendió la doctrina.[24] No se sabe por qué motivo se hallaba en Lyon en el año 177 como presbítero.[25] En Lyon, tuvo que enfrentar a las herejías gnósticas y ebionitas, así cómo a la incipiente desviación montanista.[26] Debido a esto, fue enviado a Roma por al obispo Eleuterio para tratar el problema de las falsas doctrinas. Eusebio nos dice que Ireneo era recomendado por los mártires al obispo de Roma:
De nuevo y siempre pedimos que estés bien en Dios, Padre Eleuterio. Persuadimos a nuestro hermano y compañero Ireneo que te lleve este escrito, y te suplicamos que le tengas por recomendado a causa de su celo por el testamento de Cristo. Porque si supiéramos que una categoría confiere justicia, de entrada te lo hubiéramos recomendado por lo que es, el presbítero de la iglesia.[27]

De sus numerosos escritos sólo nos han llegado dos en traducción[28]: Contra los herejes[29] y Demostración de la predicación apostólica.  Entre los teólogos de su tiempo, Ireneo es el más importante y, en cierto sentido, es el “Padre de la dogmática católica”.[30]
Ireneo no es un teólogo especulativo que se esfuerza por adquirir nuevos conocimientos. Generalmente, su dicha, esta en exponer las bases de la predicación eclesiástica en materia de la fe tomándolos de la Sagrada Escritura.

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
A fines del siglo segundo y principios del tercero, Alejandría era una de las principales ciudades del Imperio. En importancia política y económica, sólo Roma y Antioquía podían hacerle sombra, pero su actividad cultural era aún superior a la de la capital.
Tito Flavio Clemente, nació de Padres paganos, probablemente en Atenas entre los años 140 a 150 de nuestra era, donde hizo sus estudios básicos.[31] Hombre de vastísima cultura se convirtió al cristianismo en fecha que no sabemos.[32] Se dice que con el fin de conocer a los grandes maestros cristianos, hizo muchos viajes por Italia, Siria, Palestina y Egipto. Finalmente se asentó en Alejandría. Ahí fue discípulo de Panteo,[33] director de la famosa Escuela de Catequesis, de la cual fue su sucesor alrededor del año 200.[34]
Clemente de Alejandría por su vasto conocimiento puede ser considerado como el primer sabio cristiano.[35] Clemente atribuye a la filosofía griega un carácter sobrenatural.[36] Afirmaba que la filosofía fue dada a los griegos con el mismo propósito con que la Ley fue dada a los judíos: para servir de ayo que les condujese a Cristo.[37] Al igual que Platón, Clemente defiende que las penas divinas no tienen otra finalidad que la de purificar.[38] A diferencia de los gnósticos que sostienen que la fe y la ciencia se contradicen entre sí, Clemente se esfuerza en demostrar la correlación exacta y armónica entre las mismas.[39] Fue un buen observador y crítico de la vida social de su época.[40]
Para Clemente, las Escrituras, sin duda, son inspiradas por Dios. Sin embargo, para él es muy importante determinar el modo en que Dios habla en sus Escrituras.[41] Por esta búsqueda, ningún Padre de la Iglesia ha suscitado juicios tan dispares.[42] Sin embargo, era más hombre del diálogo, de la experiencia espiritual, de la dirección de almas.[43] Campenhausen dice: “él se sentía cristiano, católico, ortodoxo, y lo era de verdad. En sus discursos no buscaba al ‘anatema’ sino un esclarecimiento y comprensión mutua de las tesis en ocurrencia”.[44]
Para Clemente, todo texto tiene dos sentidos: uno literal y otro espiritual, y ésta es la regla fundamental de la exégesis Clementina.[45]
ORÍGENES
Orígenes, fue hijo de padres cristianos.[46] Nació en Alejandría, por el año 185. Hijo de Leonidas,[47] a quien, Orígenes, exhortó a ser fiel hasta la muerte.[48]  Se le puede denominar, con propiedad, el sabio más grande de la antigüedad cristiana.[49] Por ende, fue consignado como uno de los más destacados teólogos de la Iglesia griega. Enseñó filosofía, teología especulativa y Sagrada Escritura.[50] Justo González citando a Eusebio escribe:
Dedicaba gran parte de la noche al estudio de las divinas Escrituras, ciñéndose cuanto le era posible a las leyes y hábitos de la filosofía. Pues durante el día sufría en la práctica del ayuno; de noche, medía el tiempo del sueño, al que procuraba entregarse no en una cama, sino en el desnudo suelo.[51]
En sus escritos Orígenes alude mucho al Espíritu Santo, los cuales están impregnados de referencias escriturales.[52] En cuanto a la forma en que expone Orígenes, Carlos González dice:
El autor intenta expresar la enseñanza de la Escritura y de la Tradición en moldes de pensamiento más acordes con su época… Es pionero y con la falta de precisión en su lenguaje, por cierto, en la elaboración de un lenguaje trinitario que se desarrollo posteriormente en los siglos IV y V.[53]

La pneumatología es todo un mundo en Orígenes, rica en facetas y tan compleja en su vocabulario.[54] Tenía predilección por la interpretación alegórica.[55] Justo González dice: “Estas obras constituyen la fuente principal de nuestro conocimiento del método exegético de Orígenes, que es de importancia primordial para comprender su pensamiento”.[56]
Doctrinalmente, Orígenes esta en conformidad con la tricotomía platónica, por lo cual el Alejandrino distingue un triple sentido en la Escritura: el Somático (o literal, histórico gramatical), el Psíquico ( o moral) y el Pneumático (o alegórico-místico).[57]
Fue el primer escritor cristiano del cual se sabe con certeza que cristianas fueron su cuna y su educación.[58] Campenhausen dice: “Para  Orígenes la fe cristiana es un dato intangible, el meollo de cualquier verdad a partir del cual piensa abarcarlo todo”.[59]
III.- CONCEPTO DEL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES
En la época de los Padres estamos asistiendo al parto de lo que significó el quehacer teológico de los primeros siglos de la Iglesia. Es en este momento histórico que contemplamos la gestación “maravillosa”[60] de la vida que arranca por sus propios senderos con pisadas propias para la transmisión y explicación del kerygma.[61]
Por este motivo, debemos tener cuidado de no entrar por senderos que pudiesen llevarnos a sendas trampas: El primero es suponer que la doctrina primitiva no conoce la verdad con profunda experiencia, puesto que su vida de fe es aún imperfecta. La segunda, se refiere a su extremo opuesto. Es decir, proyectar las primeras manifestaciones de fe sobre significados conscientes que sólo se desarrollaron en el devenir del tiempo, en la cual experimentaron muchas crisis en su desarrollo interno (sobre todo en el ámbito del combate contra las herejías), de eludir oposiciones desde fuera como son los ataques paganos a la fe; de corregir sus propios errores buscando aquellas verdades que, bajo la luz del Espíritu, fueron descubriendo en la comunidad eclesiástica y que son, en definitiva, jalones irrenunciables en el trayecto de la fe.[62]
La iglesia, en su proceso de expansión entre las naciones, vivía su fe de manera inmediata, tratando de ser fiel al Evangelio según fuese guiada por el Espíritu. Sólo poco a poco inició un proceso de reflexión doctrinal[63] sobre el contenido de su fe. La Teología, como la conocemos en la actualidad, vino mucho después: primero se descubre la experiencia del Espíritu, más tarde, la enseñanza sobre quien es él.[64]
Desde aquí partiremos el estudio sobre el concepto que tenían, proclamaban y enseñaban acerca del Espíritu Santo los Padres de la Iglesia Prenicenos.
EL ESPIRITU SANTO EN IGNACIO DE ANTIOQUÍA
En Ignacio de Antioquía la principal preocupación son el combate contra las herejías gnósticas y judeocristianas que dañaban las comunidades. Es por ello que en sus escritos encontramos pocas referencias directas a la tercera persona de la trinidad.  Estas aparecen en uno que otro lado de sus textos pero siempre con relación al misterio de Cristo y de la Iglesia.[65]  Estas alusiones al Espíritu Santo se dan más que en un contexto teológico dogmático, están vívidamente retratadas en la manifestación de la fe por parte de la comunidad, en especial, en todo lo concerniente a la celebración litúrgica.[66] Es por esto que en Ignacio las expresiones al Espíritu Santo se encuentran expresadas en dos áreas: las fórmulas trinitarias y el contexto eclesial.
Las Fórmulas Trinitarias
En este aspecto, el Espíritu Santo confiesa la fe trinitaria como forma inseparable del bautismo el cual refleja el proceso de la Economía con la que el Padre nos ha salvado en su Hijo en el Espíritu, en el cual, el creyente es incorporado a la unidad de la comunidad eclesiástica en torno a su obispo. En la epístola a los Efesios escribe:
Sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados a lo alto por la máquina de Jesús, que es la cruz, usando como cable al Espíritu Santo: vuestra fe os guía a lo alto, y vuestra caridad es el camino que os lleva a Dios.[67]

Es evidente en estas palabras las concepciones paulinas en cuanto a la concepción trinitaria. Es claro el contexto antignóstico de Ignacio: desea asentar que la salvación está en la cruz de Cristo y no en el conocimiento como tal.[68] En estas palabras el Espíritu Santo se haya incorporado en el Padre y en el Hijo manifestando su divinidad e integrada a ellos. Es interesante observar que “el Espíritu Santo se nos aplica a la cruz y sin él, ésta sería solo una máquina inerte, levantada ante nuestros ojos, pero no asiría nuestra alma”.[69]
Otro texto interesante en Ignacio es:
Empeñaos en poner vuestra fuerza en las enseñanzas del Señor y de los apóstoles a fin que cuanto hagáis lo realicéis con entusiasmo, en carne y espíritu, en fe y en amor, en el Hijo y en el Padre y en el Espíritu, junto con vuestro obispo. Someteos a vuestro obispo y unos a otros, como según la carne Jesucristo se sometió al Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, para que la unidad sea tanto carnal como espiritual.[70]

Aquí Ignacio utiliza, como base, la segunda epístola de Pablo a los Corintios[71] por lo cual se refuerza el estilo de Ignacio muy cercano a la era apostólica. Para él, el Espíritu Santo es parte importante del engranaje de la vida del creyente. Lo conmina a poner toda sus fuerzas en las enseñanzas del Señor y de los apóstoles, de la cual no hace ninguna diferencia y avala la predicación y enseñanza apostólica. El creyente por tanto debe vivir su vida de manera práctica y basado en la enseñanza recibida consciente que es ayudado por el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.
Es interesante observar que Ignacio enfatiza fuertemente la sujeción de la comunidad eclesiástica a su obispo, así como Jesús al Padre y los apóstoles al Hijo (Cristo) y al Padre y al Espíritu Santo. Por tanto, es de suyo una actitud moral la que deben guardar los creyentes en la comunidad ante su obispo. La unidad de la Iglesia es uno de los temas principales en las cartas Ignacianas. Esta unidad debe ser en la carne y en el espíritu y para ello, la misma unidad reflejada en la trinidad debe ser también la unidad de los creyentes.
Mi espíritu es un residuo de la cruz, la cual es un escándalo para los incrédulos, para nosotros salvación y vida eterna. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el disputador? ¿Dónde la jactancia de los llamados entendedores? Porque nuestro Dios Jesucristo ha sido portado en el seno de María según la economía de Dios, de la simiente de David, por el Espíritu Santo; nació y fue bautizado para purificar con su pasión el agua.[72]

En esta perícopa se ve claramente la influencia paulina en su redacción [1 Cor. 1,20].[73] Para Ignacio el Espíritu Santo está presente en la economía de Dios[74] respecto del misterio de la salvación, en particular, y en la concepción de Jesús en María. Ciertamente el texto es una apología en favor del misterio de la salvación y la concepción divina de Jesús frente a aquellos que, sintiéndose dominadores de la sabiduría, niegan este misterio. Al respecto Carlos González citando a A. Hamman dice:
Al igual que san Pablo, Ignacio parece conocer dos clases de afirmaciones sobre Cristo, una sintética y otra narrativa. La primera aporta fórmulas antitéticas, próximas a las profesiones de fe paulinas o inspiradas en ella, que oponen a la filiación davídica la filiación de Dios, a la filiación de María la del Padre (Eph. 7, 2; 18, 2; Symyr 1, 1; Tral. 9, 1).[75]

Es dentro de estas dos formas de expresar la fe en Cristo que Ignacio sitúa la obra de Dios y la acción del Espíritu Santo.[76]
El Contexto Eclesial
A los Magnesios[77], Ignacio, aludiendo a la acción eclesial del Espíritu Santo, les hace notar que la unidad de la Iglesia es por la fe y la caridad la cual va paralela a la unidad en Cristo por medio del Espíritu Santo. Es más, entendiendo que contaban con el Maestro[78] supremo, cual profeta enseñando las cosas de Dios – Cristo – sencillamente ellos podían aprender y atender a sus enseñanzas porque el Espíritu Santo operaba en ellos.
De manera similar a los hermanos de Filadelfia les dice:
Saludo. Ignacio, llamado también Portador de Dios (Teóforo), a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo que está en toda la Filadelfia del Asia, de la que el Señor se ha compadecido, y está fincada en la concordancia de Dios y se alegra en la pasión del[79] nuestro Señor y en su resurrección, llena de toda misericordia, la saludo en la sangre de Cristo. Esta [Iglesia] es gozo eterno y perenne, sobre todo si se mantiene en unidad con el obispo y con sus presbíteros y diáconos, constituidos según la gracia de Jesucristo, a los cuales él afianzó según su propio querer, dándoles la firmeza en su Espíritu Santo.[80]

Ignacio reconoce en el saludo la firmeza de la cohesión que como comunidad tiene la Iglesia de Filadelfia y la cual se manifiesta en conjunto con toda la Iglesia debido al don que les ha concedido Jesucristo, en y por su Espíritu Santo. Hamman dice al respecto:
Ignacio saca para su gobierno de estas consideraciones una conclusión para su vida. La imitación de Cristo consiste en la marcha y retorno al Padre. Y como quiera que el martirio se le antoja más fiel imitación de Cristo para llegar a ser como El ‘hombre perfecto’, es decir, para ser transformado y transfigurado por el Espíritu, se apresura a recorrer este camino hasta el final.[81]

EL ESPIRITU SANTO EN IRENEO DE LYON
Recordemos que para Ireneo toda su exposición se basa en la refutación de herejías, en especial, la gnóstica. Ellos [los gnósticos], según Carlos González, predicaban que:
No existía un Dios único, multiplicando el número de seres divinos desde el Dios supremo y desconocido hasta los espíritus de inferior categoría que habían dado origen al mundo material, por lo cual la carne sería corrupta e insalvable. Negaban, en consecuencia, la verdadera encarnación del Hijo de Dios y, la redención por su verdadera muerte y resurrección. Toda salvación del hombre consistiría en la del alma, chispa espiritual de la divinidad, que desprendida de la materia se elevaría por el conocimiento hasta la plenitud (el pléroma).[82]

Para esta postura Ireneo contrapone la regla de fe que profesan los bautizados. Tres son las áreas en que Ireneo desarrolla su pensamiento e inserta su concepción del Espíritu Santo: La regla de fe, La misión del Espíritu Santo y La obra salvífica.[83]
La Regla de Fe
 Esta para Ireneo se funda en “la predicación de la verdad”.[84] Al igual que muchos de los primeros Padres de la Iglesia, da mucha importancia al rito del bautismo y su confesión: por ella somos cristianos, de manera que no podemos orar sino como creemos, y no podemos creer sino como hemos sido bautizados.[85]
Esta profesión de fe para Ireneo es muy importante pues contradice a los gnósticos al plantear que “la Iglesia expandida por todo el orbe hasta los confines de la tierra recibió de los apóstoles”.[86] Al respecto, Carlos González plantea:
Ireneo considera que ‘mantener inalterada la regla de la fe’ es una condición necesaria para integrarse en el plan salvífico de Dios. Pues bien, en todas las diversas síntesis que este Padre nos propone de dicha norma, se halla la mención del Espíritu Santo como uno de los pilares sin el cual caería el edificio de nuestra salvación, a la que nuestra fe está ligada, porque tiene como objeto la verdad; sin ella viviríamos en la mentira.[87]

Una de las primeras analogías del mundo físico que sirvieron para ilustrar la Trinidad, no sólo en la obra de la creación, sino también en la ejecución de toda la economía, es el siguiente texto de Ireneo:
Dios no tenía necesidad de ningún otro, para hacer todo lo que él mismo había decidido que fuese hecho, como si él no tuviese sus manos. Pues siempre le están presentes el verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu, por medio de los cuales y en los cuales libre y espontáneamente hace todas las cosas, a los cuales habla diciendo: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ (Gén. 1, 26): toma de sí mismo la substancia de las criaturas, y el modelo de las cosas hechas, y la forma del ornamento del mundo.[88]

Ireneo debe leer con justeza los textos escriturales que atribuyen las obras de la creación y de la redención al Hijo como al Espíritu Santo. Estos pasajes de la Biblia le dan pie para exponer la fe en el concepto de la Trinidad: es el mismo Dios Padre, como fuente y origen de todo, quien actúa por su Hijo y el Espíritu Santo como sus manos, o bien por su Verbo y su Sabiduría.[89]
En otro texto, muy interesante, Orbe nos dice que Ireneo plantea la pluralidad de personas en la acción de Dios:
Unicamente en el cuerpo humano actúan en plenitud y ‘ad aequalitatem’ el Verbo, como imagen de Dios, y la Sabiduría [es equivalente a Espíritu Santo], como semejanza del Padre. Sólo en el plasma modelado por ambas personas divinas, imprimen éstas su propia forma de manera perfecta… El cuerpo humano recibe, en cambio, del Hijo y del Espíritu Santo en plenitud aquello que personalmente les caracteriza. Y sólo él, a diferencia de todas las demás especies e individuos creados. Su intervención se hace, de consiguiente, necesaria y excepcional.[90]

Por ello, se desprende que si al principio por sus manos concedió Dios a Adán la imagen y semejanza, una vez perdida por el pecado, será por esas mismas manos como restaurará en el hombre la imagen y semejanza perdidas, por la acción de Hijo que es la imagen de Dios, y del Espíritu, su Sabiduría. El motivo es que “las manos de Dios se habían acostumbrado en Adán a ordenar, sostener y apoyar a su criatura, y a ponerla y cambiarla a donde querían”.[91]
La Misión del Espíritu
En relación con el Padre Ireneo plantea que es originado en el Padre. Por ello llega a escribir: “El Espíritu Santo tiene su origen del Padre, por el Hijo, a quien el Padre se la ha comunicado; y el Señor, a su vez, lo participó a la Iglesia”.[92] También plantea que ya que oramos como creemos, y creemos como fuimos bautizados, nuestro reconocimiento de la gloria de Dios sigue el mismo proceso salvífico: “El Padre es glorificado por su Verbo y por el Espíritu Santo, y por ellos las criaturas elevan su doxología”.[93]
Es interesante, sin embargo, que Ireneo nunca llama Dios al Espíritu Santo. Para esta confesión de fe la iglesia hubo de esperar hasta dos siglos más.[94] Al Espíritu Santo tampoco lo llama “persona” y, sin embargo, le atribuye muchas actividades que tiene que ver con el orden personal: revela al Padre y al Hijo y su economía salvífica, anuncia por los profetas, enseña, conduce y glorifica al Padre.
En varios otros textos, Ireneo compara al Espíritu de Dios con el alma humana: primero es eterno, pues tiene en sí mismo la incorruptibilidad; el alma humana se hace incorruptible por la resurrección al participar del Espíritu.[95] Es muy particular las imágenes que utiliza Ireneo para referirse al Espíritu Santo. Le denomina como “agua de lluvia”[96], también dice del él que es “el rocío”[97], “el buen samaritano”,[98] es, además, “el injerto de olivo”[99] o “el óleo de alegría”[100] o “el agua de regadío”.[101]  En fin, para Ireneo es también “el Paráclito”,[102] “el don”,[103] “el agua viva”,[104] “la escalera para subir hasta Dios”[105] y, en otro texto le llega a llamar “el dedo de Dios”.[106]
Para Ireneo el Espíritu Santo es coeterno con el Hijo, de manera indirecta siempre que atribuye a ambos la mediación del Padre con la acción creadora, en la cual ha plasmado su propio carácter en los seres: el Padre se complace y manda la creación, el Hijo le da forma, el Espíritu la alimenta y le da el crecimiento.[107] Quizás la imagen más hermosa respecto a cómo Ireneo califica la obra del Espíritu en nuestra redención es la del “óleo” con el cual el Padre ungió al Hijo para que realizase, como descendiente de David, la obra salvífica que había prometido. Al respecto escribe:
…en efecto, el Hijo, siendo Dios, recibe del Padre, es decir de Dios, el trono de la realeza eterna y el óleo de la unción es el Espíritu con el que es ungido y sus compañeros son los profetas, los justos, los apóstoles, y todos aquellos que participan de su reino, es decir, sus discípulos.[108]




La Obra Salvífica
Uno de los elementos básicos  de la contienda teológica de Ireneo contra los gnósticos es la unidad entre los dos Testamentos.[109] Para él hay una unidad de continuidad, la cual está hilada por el actuar permanente del Espíritu de Dios.[110]
En el Antiguo Testamento Ireneo resalta tres actividades del Espíritu: inspiró a los profetas, dio la gracia a los justos y escribió la Ley de la Alianza.[111] El Nuevo Testamento revela con mucha claridad la actividad salvífica del Espíritu en: la vida de Cristo, la vida de la Iglesia y la vida escatológica.[112]
Finalmente, Ireneo concluye que quienes rechazan los dones del Espíritu Santo y el carisma profético, son gente que no sirve a Dios, pues no pueden producir fruto alguno, sino que permanece para siempre como un campo estéril. Al respecto, Ireneo escribe:
Que nadie vaya a imaginar que existe otro Dios Padre aparte de nuestro Creador, como sueñan los herejes… Otros, a su vez, desprecian la venida del Hijo de Dios y la Economía de su Encarnación que los apóstoles han transmitido…Otros no aceptan los dones del Espíritu Santo, y rechazan el carisma profético, por el cual el hombre, cuando es rociado, produce como fruto la vida divina… Este tipo de gente no sirve a Dios para nada, puesto que no pueden producir fruto alguno”. [113]

Por lo mismo, no pueden poseer a Dios ni la salvación que él ha preparado para el hombre. A éstos Ireneo los compara con “cisternas agrietadas”[114] y con “pozos terrenos donde beben agua corrompida”.[115]

EL ESPIRITU SANTO EN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
Su doctrina con respecto al Espíritu Santo no se distingue de modo especial. González dice: “La antología de sus fragmentos sobre este tema es breve y tomada de pasajes dispersos de algunos escritos”.[116] Clemente es muy escaso en cuanto a sus referencias al Espíritu Santo. Por ello, es muy complejo hablar sobre lo que pensaba respecto al concepto trinitario. Sin embargo, cuando escribe, hay momentos en que es explícito: “Uno solo es el Padre de todos; uno solo es el Verbo de todos; y uno es el Espíritu Santo, que está en todas partes”.[117]
Un aspecto interesante sobre lo que opina, Clemente de Alejandría, sobre el Espíritu Santo se dan en los escritos de Teodoto, en especial, en el texto “Extractos”.[118]  A semejanza de Ireneo, reconoce la obra del Espíritu en el ser humano natural, para convertirlo de carnal a espiritual. Por ello escribe: “Porque el Espíritu Santo… se transplanta en cada uno según su limitada capacidad, aunque él mismo es ilimitado”.[119]
Conocedor de las doctrinas de Justino e Ireneo sobre la inspiración profética como obra del Espíritu Santo, no la trata con la frecuencia de ellos. Sin embargo escribe: “David, o sea el Espíritu Santo que habla por él, canta acerca del mismo Dios…”.[120] En este sentido, también plantea que es el Espíritu Santo quien iluminó a los escritores del Nuevo Testamento y, en este sentido, escribe: “El Espíritu Santo que estaba en el apóstol, impersonando la voz del Señor…”.[121]
Teodoto nos informa que Clemente denominaba al Espíritu Santo como “la virtud del nombre”.[122] Aunque Clemente no abunda en cuanto a la relación del Espíritu Santo con la vida litúrgica, sí hay un esfuerzo por saber qué piensa. Carlos González, cita a J.N.D. Kelly, quien expone:
Clemente de Alejandría habla del bautismo (Ped. I, 6, 26) como el que imparte la regeneración, iluminación, filiación divina, inmortalidad, remisión de los pecados; explica (Ped. I, 5, 21) que la filiación es el resultado de la regeneración obrada por el Espíritu. El bautismo imprime un sello, o timbre, que es de hecho el Espíritu, imagen de Dios (Extractos de Teodoto 86, 2); el Espíritu que inhabita es el ‘carácter’ de la membresía cristiana de Cristo (Strom. IV, 18, 116). Como por ningún lado insinúa en ningún rito litúrgico la imposición de las manos, podemos razonablemente inferir que mira el bautismo como el que media directamente al Espíritu.[123]

Finalmente, para Clemente el Espíritu Santo es, según J. Solano, “la naturaleza divina del Verbo”.[124] Así se desprende del texto de Clemente: “De modo alegórico su carne significa el Espíritu Santo, porque él fue el que formó su carne”.[125]
EL ESPIRITU SANTO EN ORÍGENES
De los Padres de la Iglesia que hemos estudiado hasta ahora, Orígenes, es quien más alude al Espíritu Santo en sus escritos. Debido al límite de palabras que nos impone la presente monografía, sólo se hará un resumen de sus conceptos, escribiendo algunos de sus textos, para ratificar lo dicho.
Tres son las áreas que abarcan sus escritos con relación al Espíritu Santo: La profesión de fe, la Trinidad y su obra en el creyente. En sus escritos, el autor, como se expresó anteriormente, intenta exponer la enseñanza escritural y la tradición de la iglesia según los modelos de pensamiento de su época.[126]
La Profesión de Fe
Desde el prólogo de su obra “De los principios” pone Orígenes, como cimiento de toda su doctrina la predicación apostólica que él recibió de sus maestros.[127] Como en su época no hay un dogma definido, la fórmula básica de fe era la bautismal, de ahí que escribiese: “Ninguna verdad se ha de aceptar sino aquella que en nada difiera de la tradición de la Iglesia y de los apóstoles”.[128] En cuanto al Espíritu Santo, Orígenes ha descubierto en los pensadores griegos, esbozos de Dios y de su Verbo, a través de las cosas visibles; pero ninguna de ellas puede guiar al hombre, por ende, sólo es posible que el hombre fuese guiado por el Espíritu Santo a través de la Escritura.[129] De ahí que la confesión básica de la Iglesia deba mantenerse fiel a la Palabra revelada y, esta confesión, no pertenece sino a la obra del Espíritu Santo: la encarnación del Hijo, “nacido de la Virgen y del Espíritu Santo”, como signo de que su cuerpo es en todo semejante al nuestro; pero el modo virginal de ser concebido, es un signo de quien es en su ser más íntimo aquel que se ha hecho hombre. La proclamación litúrgica del Espíritu es con igual dignidad y honor que el Padre y el Hijo, y la obra del mismo en cuanto inspiró a los santos, profetas y apóstoles.[130]  En esta línea de pensamiento, Orígenes llega a concluir que la relación de las tres personas[131] se plantea un problema que para su época aún no había sido planteado: su relación interna. Concluye, además, que es el Espíritu Santo quien actuó en el Antiguo Testamento y obró en el Nuevo a través de Cristo, la Iglesia y la comunidad.
En La trinidad
Sus escritos abundan de fórmulas trinitarias. Lo interesante de ello, es que todas parten de un contexto salvífico. 
Todo lo que sabemos sobre el Padre, lo conocemos por la revelación del Hijo en el Espíritu Santo… así como sólo el Hijo conoce al Padre y lo revela a quien quiere, así sólo el Espíritu escruta las profundidades de Dios, y revela a Dios a quien quiere.[132]

Teológicamente este texto es un aporte formidable al dogma trinitario que plantea Orígenes. En el se descubre el dato que el Espíritu Santo no es una criatura, ya que éstas no conocen el interior de Dios. Del Espíritu nunca se dice que haya conocido quien es Dios por revelación recibida del Hijo; sino que es él mismo quien escudriña lo íntimo de Dios.[133] De ahí que escribe:
Si así fuese [Dice Orígenes] el Espíritu nunca se habría confesado al interno de la trinidad, esto es del Dios Padre inmutable y de su Hijo; sino porque desde siempre es el Espíritu Santo.[134]

Desde aquí, Orígenes avanza hacia la regeneración bautismal y plantea que sólo puede ser llevada a cabo por el poder trino de Dios:
Aquel a quien Dios regenera para la salvación, necesita del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y no recibe la salvación si no es en virtud de toda la trinidad, y no puede participar del Padre y del Hijo sin el Espíritu Santo.[135]

Esta no es una afirmación gratuita pues incorpora a la soteriología el concepto trinitario la cual importa al ámbito antropológico de la misma.[136] En el mismo texto, comentando sobre el Salmo 104, 29-30 dice: “El Espíritu Santo no habitará en todos, ni en aquellos que son carne, sino en aquellos cuya tierra será renovada”.[137] Para Orígenes todas las criaturas racionales son logiká precisamente por participar del Logos donde éste impregna su imagen en ellas. Sin embargo, el Espíritu Santo se ha dado sólo a las personas elevadas al nivel de seres espirituales, “aquellos que se convierten a las cosas superiores y caminan por los senderos de Jesucristo”.[138] Para Orígenes desde el inició el Espíritu Santo se comunicó a los ya bautizados por la imposición de manos de los apóstoles.[139]
Tomando las palabras que Carlos González cita de M. Simonetti hablando de la trinidad dice:
Para Orígenes la trinidad, en su articulación trinitaria, se caracteriza por la posesión substancial, y por tanto indefectible del ser, o sea del bien, según la ecuación platónica ser = bien, que Orígenes suscribe integralmente. En cambio los otros seres intelectuales poseen el ser, o sea el bien, sólo de modo accidental.[140]

Para finalizar, no se puede dejar pasar un aspecto importante del cual Orígenes se adelantará casi un siglo: “todo fue hecho por él (Jn. 1:3). Esta expresión “todo” sería utilizada vehementemente por los herejes enemigos del “Espíritu”. ¿Esta expresión “todo”, comprende también al Espíritu Santo? El alejandrino da tres posibilidades:
a)   La de quienes afirman que el Espíritu Santo fue hecho (génetos) por el Hijo, como las demás criaturas. “Mas entonces el Verbo debe existir como anterior al Espíritu.
b)   La de quienes enseñan que el Espíritu Santo no fue hecho por él (agénnetos); y,
c)   La de quienes sostienen que “no tiene su ousía propia distinta de la del Padre y el Hijo”. [141]
Orígenes no plantea una solución sino posturas, aunque se inclina por pensar: “el Espíritu tiene su propia substancia (ousía)”. La respuesta tiende a defender la realidad del Espíritu Santo, por una parte y, por la otra, situar su ser en la esfera de Dios y no de las criaturas.[142]
La obra en el creyente
Orígenes, plantea que si el Espíritu Santo que descendió sobre Jesús en el bautismo y no le abandonó, fue, entonces, “para manifestarse de esta manera a los hombres, que no podían sobrellevar continuamente su gloria”, y esto para actuar la salvación en la humanidad de Jesús por medio de ella.
En su carta a los Romanos, Orígenes nos dice, respecto a la Trinidad que “siempre está con el Padre y el Hijo, y siempre existe, ha existido y existirá, como el Padre y el Hijo.[143] En esta línea plantea que el fruto del Espíritu es la vida del hombre nuevo tomando como referencia Rom. 9. Por eso, ser discípulo de Cristo es solo por gracia del Espíritu, puesto que éste es un don del Cristo para quienes han abrazado la fe. Por ello, los signos de esta permanencia en el Espíritu son variados pero para Orígenes quien “sabe mortificar los apetitos de la carne, no privándola de lo necesario, pero sin servirla en la concupiscencia”[144] ha avanzado en la vida de fe.
Por esta razón, la filiación adoptiva para Orígenes es gradual: no son hijos quienes no creen en Jesús, ni lo han recibido por el bautismo. A los que creen se concede “poder llegar a ser hijos de Dios” (Jn. 1:12). Por ello, la vida presente es un camino para ir asimilando lo que se recibió en prenda, a fin de transformarse poco a poco de carne en espíritu.[145]
Otro signo del don del Espíritu en Orígenes es: la esperanza. “Por el mismo hecho de creer en Cristo, sabemos que se nos ha concedido la salvación; sin embargo, todavía tenemos esta salvación en esperanza, y no ante la vista”.[146]
Finalmente, Orígenes entiende que fruto del Espíritu es la misión de la Iglesia y que los fieles consignan en sus vidas por el ministerio al que han sido llamados: el apostolado. Por ello, se ha identificado con la oración misionera de Romanos 8, 26 al decir:
La oración del apóstol es el índice de cuánto éste es llevado por el Espíritu, porque nuestra carne es tan débil, que arrastrada por sus impulsos ha olvidado incluso cómo conviene orar, de manera que necesita ser guiada por el maestro de la oración.[147] Si el Espíritu interpela por nosotros con gemidos inefables… ¿cómo no tendrá razón cuando dice: ‘Todo coopera para el bien de aquellos que aman a Dios?’… el Espíritu ayuda, y la naturaleza divina se digna a ser su guía en el camino del bien.[148]

CONCLUSIÓN
Al indagar en el pensamiento de los Padres de la Iglesia, ciertamente se asiste al parto que significó el quehacer teológico en el desarrollo de las doctrinas que se vieron en los Concilios posteriores de la Iglesia cristiana.
En cuanto al tema sobre el Espíritu Santo, es muy decidor lo que plantean los Padres pues, si bien no niegan en sus textos la manifestación que nosotros conocemos como la glosalalia o milagros de sanidad, ellos sí plantean argumentos más amplios para evaluar la influencia del Espíritu Santo al interior de la Iglesia y del creyente.
Ellos ven la manifestación del Espíritu Santo en:
1.    La celebración litúrgica (Ignacio, Clemente, Orígenes).
2.    La inspiración de las Escrituras (Ireneo, Clemente, Orígenes).
3.    El bautismo (Ignacio, Ireneo, Orígenes).
4.    La Enseñanza y el quehacer práctico en el creyente (Ignacio, Orígenes).
5.    En la unidad de la Iglesia (Ignacio).
6.    La confesión de fe (Doctrina) y en las doxologías litúrgicas (Ireneo).
7.    La tradición eclesiástica y la Esperanza cristiana(Orígenes).
8.    En la sujeción al Obispo (Ignacio).
Si bien queda afirmada, sólo por Ignacio de Antioquía, la principal acción apologética de los Padres respecto al Espíritu Santo, se basa sobre cuatro líneas de pensamientos: la liturgia, la inspiración de las Escrituras, la acción bautismal y la Enseñanza y vida práctica del creyente. Por esto, los cristianos de hoy, debemos poner estos principios en el tapete para determinar si un creyente o una iglesia en particular es llena del Espíritu Santo. No bastan solo con las manifestaciones externas, aspecto que los padres no condenan, pero tampoco exaltan sobremanera pues mas importantes es la confesión de fe, la esperanza, la liturgia, el bautismo, etc.
Finalmente, deseo terminar el presente trabajo con el pensamiento de Ignacio de Antioquía cuando dice: Esta [Iglesia] es gozo eterno y perenne… constituidos según la gracia de Jesucristo, a los cuales él afianzó según su propio querer, dándoles la firmeza en su Espíritu Santo”.




[1] Término técnico por el cual se conoce el “hablar en lenguas”, comúnmente durante el servicio de adoración.
[2] Frase que se utiliza como sinónimo de que el Espíritu Santo está en el creyente.
[3] Dr. Berthold Altaner, PATROLOGIA. ( Madrid, España: Editorial Espasa-Calpe S.A. 1962 ), Pág. 31
[4] Teólogo protestante nacido en Viena en el año 1653.
[5] Altaner, loc. cit.
[6] Ibid.
[7] Contreras, Peña. INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LOS PADRES. (Argentina: Editorial Monasterio Trapense de Azul, 1991). Pág. 35.
[8] Nacido en Leipzig, 1730.
[9] Cuando se habla de teología patrística se refiere a analizar la teología que acuñaron los Padres de la Iglesia.
[10] Altaner, op. cit., pág. 32
[11] Ibid.
[12] Del gr. filología, a través del lat. philologia. 1. f. Ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos. 2. Técnica que se aplica a los textos para reconstruirlos, fijarlos e interpretarlos.  DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA, Edición Electrónica. Versión 21.1.0, Espasa Calpe, S.A. 1995.
[13] Teoforo, nombre tomado de su salutación a la carta a los Filadefios. En Griego es “Theoporo” que significa “portador de Dios”.
[14] Sigfrido Huber, LAS CARTAS DE IGNACIO DE ANTIOQUIA Y DE POLICARPO DE ESMIRNA. (Buenos Aires: Ediciones DESCLÉE, 1945). Pág.17.
[15] Eusebio de Cesarea, HISTORIA ECLESIASTICA – TOMO 1. (Terrasa, Barcelona: Edición CLIE, 1988). Capítulo 36, pág. 193.
[16] Carlos Ignacio González, EL ESPIRITU SANTO EN LOS PADRES GRIEGOS. (México: Editorial Colección Autores, 1996). Pág. 21.
[17] Huber, op. cit., pág.19
[18] Mateo 18, 1- 4 dice: 1En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? 2Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, 3y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. 5Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe”. Aunque es interesante esta afirmación del siglo IX, según los eruditos, no tiene mayor fundamento.
[19] González, op. cit., Pág. 21.
[20] Cinco fueron dirigidas a las comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia, Tralles, Filadelfia, y Esmirna ubicadas en Asia Menor. Las dos restantes están dirigidas a Policarpo, obispo de Esmirna y a la comunidad cristiana de su destino, Roma.
[21] Jaime Morales Herrera, PATRISTICA – LOS PADRES APOSTÓLICOS Y LOS APOLOGISTAS. Seminario Internacional de Miami, www.MINTS.edu. Pág. 8.
[22] Altaner, op. cit., pág. 113.
[23] Ibid., pág. 22.
[24] Ibid., pág. 38.
[25] Ibid.
[26] Ibid.
[27] Eusebio, op. cit., pág. 296.
[28] González, op. cit. Pág. 39.
[29] El nombre completo de la obra es: “Refutación y destrucción del falso conocimiento de la gnosis”. Según Justo González esta obra se llama: “Denuncia y refutación de la supuesta gnosis”. Esta obra es además conocida, dentro del mundo académico como: “Adversus haereses”.
[30] Altaner, op. cit. pág. 144.
[31] González, op. cit., pág. 61
[32] Según Justo González: “En lo que a la vida de Clemente se refiere, nuestros conocimientos son harto escasos”  op. cit., pág. 188.
[33] Según Justo González: “Panteno”  op. cit., pág. 189. Eusebio de Cesarea dice al respecto: “Este Clemente se refiere a Panteno como maestro suyo en su libro Hypotyposeis, en el cual escribió”. Eusebio, op. cit., pág. 307.
[34] González, loc. cit.
[35] Altaner, op. cit., pág. 193.
[36] Ibid., pág. 196.
[37] J. González, op. cit. Pág. 191.
[38] Platón escribía: “El que soporta un castigo acoge un beneficio” (Paed. 1, 67).
[39] Altaner, op. cit., pág. 196.
[40] Altaner, op. cit., pág. 193.
[41] J. González, op. cit., pág. 192.
[42] Campenhausen, op. cit., pág. 38.
[43] Ibid.
[44] Ibid, pág., 40.
[45] J. González, op. cit., pág. 193.
[46] J. González, op. cit., pág. 201.
[47] Murió como mártir en el 202 durante el imperio de Septimio Severo.
[48] J. González, loc. cit.
[49] Altaner, op. cit., pág. 198.
[50] Ibid., pág. 199.
[51] J. González, op. cit., pág. 201 – 202.
[52] Ibid.
[53] Ibid.
[54] Ibid.
[55] Altaner, op. cit., pág. 200.
[56] J. González, op. cit.,  pág. 205.
[57] Altaner, op. cit., pág. 204.
[58] Campenhausen, op. cit., pág. 54.
[59] Ibid., pág. 55.
[60] González, op. cit., pág. 9.
[61] La palabra “Kerygma” comúnmente se asocia a la proclamación del evangelio de la comunidad primitiva. Sin embargo, hay que hacer notar una pequeña diferencia que, aunque sutil, es necesaria en el campo del análisis teológico: “Kerygma” enfatiza el modo en que se entrega el mensaje y, “evangelion”, se refeire a la naturaleza del contenido. Everett Harrison, DICCIONARIO DE TEOLOGÍA. Grand Rapids, Michigan, USA: Editorial Libros Desafío, 1999). Pág.  242.
[62] González, loc. cit.
[63] Que es el tiempo en que se sitúa el presente análisis de la Monografía en cuestión.
[64] González, op. cit., pág. 11.
[65] Ibid., pág. 22.
[66] Ibid.
[67] A los Efesios 9, 1.
[68] González, op. cit.,  pág., 23.
[69] Ibid., pág., 24.
[70] A los Magnesios, 13, 1 - 2
[71] 2 Corintios 13, 13.
[72] A los Efesios 18, 1 – 2 .
[73] 20¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? 21Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. VRV’60
[74] La oikosnomía, economía, es pues, aquello que tiene que ver con la administración o con las normas que han de regir en el funcionamiento de una casa. Dios es, por tanto, para los Padres griegos, el administrador bondadoso y providente del acontecer de su casa en el mundo. Por ello, la historia es la economía divina, administración de un designio salvífico que tiene Dios para la humanidad. Juan Noemí. EL MUNDO, CREACIÓN Y PROMESA DE DIOS. (Santiago, Chile: Editorial San Pablo, 1996) pág. 430 y 433.
[75] González, op. cit., pág. 26.
[76] Ibid.
[77] A los Magnesios 1, 2.
[78] A los Magnesios 9, 1 – 2.
[79] Sic.
[80] A los Filadelfios, saludos.
[81] González, op. cit. pág. 28.
[82] Ibid., pág. 39.
[83] Ibid., pág. 40.
[84] Demostración 3, pág. 31.
[85] Ibid., 7, pág. 41 – 42.
[86] Adversus Haereses, I, 10, 1.
[87] González, op. cit., pág. 41.
[88] Adversus Haereses, IV, 20, 1.
[89] Es interesante observar que cuando Ireneo habla de “mano de Dios” en singular, normalmente se refiere al Hijo.
[90] A. Orbe. ANTROPOLOGÍA DE SAN IRENEO.  (Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos, 1969), pág. 43.
[91] Adversus Haereses, V, 5, 1.
[92] Adversus Haereses, III, 17, 2.
[93] Demostración 10, pág. 46-48.
[94] González, op. cit. pág. 46.
[95] Adversus Haereses, V, 12,4.
[96] Ibid., III, 17, 2.
[97] Ibid., III, 17, 3.
[98] Ibid.
[99] Adversus Haereses, V, 10, 2
[100] Demostración 47, pág. 107-108.
[101] Ibid., 89, pág. 157.
[102] Adversus Haereses, III, 17, 2 y 3.
[103] Ibid., III, 6, 4; 11, 8; 17, 2; 24, 1.
[104] Ibid., III, 17, 2; V, 18, 2.
[105] Ibid., III, 24, 1.
[106] Demostración 26, pág. 73.
[107] González, op. cit., pág. 50. En cuanto a la cita de Ireneo, esta se encuentra en Adversus Haereses, IV, 38, 3.
[108] Demostración 47, pág. 107-108.
[109] González, op. cit., pág. 53.
[110] Adversus Haereses, IV, 13, 15.
[111] Ibid., III, 6, 1; IV, 20, 8; Demostración 49, pág. 110; 73, pág. 141, entre otros.
[112] Ibid., III, 11, 8; 17, 1-2; V, 1, 1; 6, 2; 8, 2; 7, 2; 9, 2-4; 12, 2; 24, 1; Demostración 5; 42, pág. 98; 2, pág. 29; 89, pág. 157.
[113] Demostración, 99, pág. 169.
[114] Jeremías 2, 13.
[115] Adversus Haereses, III, 24, 1.
[116] González, op. cit., pág. 61.
[117] Pedagogo I, 6.
[118] De Teodoto se sabe muy poco. Era seguidor de Valentín, de origen oriental y contemporáneo de Clemente. Se comprometió con la doctrina gnóstica del cual fue un notable exponente.
[119] Tapetes VI, 8.
[120] Pedagogo I, 9.
[121] Pedagogo I, 6.
[122] Extractos de Teodoto 86, 2.
[123] González, op. cit. pág. 64.
[124] J. Solano. TEXTOS EUCARÍSTICOS PRIMITIVOS. (Madrid, España: Editorial de Autores Cristianos, 1988), pág. 106.
[125] Pedagogo I, 6.
[126] Cf. Página 21 de la presente monografía.
[127] González, op. cit. pág. 76.
[128] De los Principios I, pref. 2.
[129] Ibid., I, 3, 1-3.
[130] Ibid., Prol. 4.
[131] Posteriormente llamará en su textos Hypóstasis.
[132] De los principios I, 3, 4.
[133] González, op. cit. pág. 78.
[134] De los principios I, 3, 4.
[135] Ibid., I, 3, 5
[136] González, op. cit., pág. 79.
[137] De principios I, 3, 5.
[138] Ibid.
[139] González, op. cit., pág. 80.
[140] González, op. cit., pág. 82.
[141] Los modalistas.
[142] Se debe comprender que por aquella época aun no se había fijado un vocabulario técnico para este tema.
[143] Comentario a los Romanos VI, 7.
[144] Ibid., VI, 13-14.
[145] Ibid., VII, 5.
[146] Ibid.
[147] Ibid., VII, 6.
[148] Ibid., VII, 7.